22 de septiembre de 2008

Los días persiguiéndose: La isla bonita (18/09/2008)

Miré una fotografía de Manhattan que tengo colgada, por si le habían salido gusanos estos días, pero el edificio Chrysler, que es como el minarete del capitalismo, me seguía pareciendo inderrumbable por mucho que los periódicos se empeñen en anunciar que Nueva York va a quedar para los traperos, los suicidas y los borrachos del Bowery. Hay quien dice que Manhattan significa precisamente “el lugar en el que nos emborrachamos”, aunque otros prefieren conducir su etimología hacia “isla de las colinas”, que le da paralelismos con Roma, orogenia y bronce de imperio. De todas formas, aquella isla donde el hombre clavó el cielo y le puso ascensores ha resistido ya terremotos del dinero, pisadas de gorilas y tajos del fuego de Alá. No puedo ser antiamericano porque, a pesar de la Norteamérica del rifle y el peto, de las cruces en llamas y el diseño inteligente, de la doctrina Monroe, la caza de brujas y los “hijos de puta” tan suyos de Franklin D. Roosevelt (o de G.W. Bush), fue allí donde se le dio muerte al Antiguo Régimen, antes que en la Revolución Francesa, y donde nació la democracia occidental fundada en esos “derechos evidentes” de la Declaración de Independencia. Estados Unidos quizá sea desconcertante y bipolar, a la vez aquel Camelot y el juez Lynch, cuna de las libertades y del puritanismo más retrógrado, pero su imperio del mal es una caricatura, una simplificación, una amputación, afectación de progres y eslogan de incultos. En Wall Street tiemblan sus ladrillos de oro, los paper boys llaman a los suicidas, y Zapatero justifica nuestra crisis mirando allí donde empiezan el dinero y los hierros de occidente. Los americanos vuelven a tener la culpa de todo, de las injusticias, la economía, la obesidad y hasta de los Cuarenta Principales.

Miré la foto de Manhattan, que a pesar de todo parece eterna, y la de Madonna en la portada de este periódico, que también lo parece. No han caído el edificio Chrysler ni los muslos de esta mujer que aún llena los estadios a pesar de que no tengamos para la hipoteca. Como Manhattan, ha pasado posguerras, épocas de optimismo, crisis o rebeldía; de break dance, mal gusto y hombreras. La otra reina del pop, la australiana Kylie Minogue, quizá es más una resucitada, pero Madonna, rubia de King Kong, siempre estuvo. Aquí nos han vendido la música americana como otra manera de contaminación y dominación cultural por la basura, pero la verdadera música americana es el jazz, afinación del blues de los esclavos, música de la pobreza y del dolor de tripas como nuestro flamenco. La crisis económica mundial lo que suena es a saxofón (al de Charlie Parker quizá, que vivió moribundo), pero Madonna es el eterno optimismo americano, la alegría, la fuerza y el negocio que hay siempre en sus rubias, que supieron sobrevivir a los gángsters, a la gran depresión y a trabajar en las cafeterías entre pellizcos y tarta de manzana (American pie, dicen allí). Leo que en la Cartuja pronunció algunas palabras en español, como en aquella vieja canción suya, La isla bonita. No sé si la cantó, pero hubiera pegado mucho en esta isla bonita que también nos aguitarra la Junta, la Andalucía que baila descalza, morena de penas. A Madonna le recuerdo coreografías con sombreros como del Crack del 29, y ahora la veo en esa foto de portada cabalgando en un cochazo con otro sombrero de copa, plateado como los bancos. Madonna, “la ambición rubia”... Les echamos la culpa de la crisis o de todo a los americanos, pero ellos tienen la eternidad y la ambición de sus rubias, de sus estatuas y de su dinero alicatado en Manhattan. Aquí, sólo tenemos una economía pobre y campera entre chamizos. Sí, aquí, donde no pasamos de ser una isla bonita...

1 comentario:

yinyang mason dijo...

Piensa lo que quieras, pero para mi Estados Unidos representa por un lado la primera democracia y por otro el imperio más cruel de toda la historia.