31 de agosto de 2009

Los días persiguiéndose: Griñán, 100 días (30/07/2009)

El sol es un perro que muerde los bikinis, pero los políticos vestidos de invierno aún tienen que rematar este curso del Apocalipsis antes de disfrazarse de heladeros. Entre el paro, los bancos desenladrillándose, la corrupción y los virus, el país parece que está en un hospital con la vena punzada, atendiendo al miedo que dan los ascensores y los carritos. El PSOE quería acabar con aires de fiesta, en la comilona de la financiación autonómica y el lavatorio de la concertación social. Lo primero acabó en tongo y lo segundo en bronca entre los que llevan tirantes y los que llevan barba de pana. Aquí, en Andalucía, la política ha pasado de lejos como un trasatlántico. La Junta sigue viviendo del tamaño y la vejez de sus sombras, igual que los bosques míticos, sin moverse ella ni mover nada. Lo poco que decía y hacía era un eco de lo que decía y hacía el “gobierno amigo”, y siempre mirando más hacia los huecos del Congreso y los sudokus de Zapatero que a nuestras emergencias. La huida o patada hacia arriba de Chaves, dejando herederos, interinos y amigos con derecho a cucharón, sólo ha cambiado una pereza y una propaganda por otras. Así se ha presentado Griñán con sus 100 días de gobierno como una preñez inesperada. Antes de hundirse en la sal de agosto, antes de que todo se convierta en la galleta de la carne y en una cuchillada horizontal de luz en los ojos, Griñán ha contemplado su reino de mendrugos y nos ha dicho que todo está magnífico y que sólo morirán las medusas, sosteniblemente.

Griñán no ha sido el ateniense del primer discurso, sino ese Juan Pardo de las viejas canciones al que él se parece tanto. Griñán, que le confesó a Joaquín Petit que siempre estuvo acompañando el proyecto de Chaves o su salud, fiel y lateral como esos probadores de comidas de los emperadores, recogió una Andalucía en la que el partido tiene los pies tan bien esponjados que cualquier cambio sería una idiotez. Para aparentar que Chaves no había dejado un busto en sus asiento, como Lopera, le encargó a un poeta con lira aquel discurso que arrobó hasta a este periódico. Pero uno sabía que Chaves no podía haber pactado su suicido a cambio de dejar aquí a un revolucionario, que en Andalucía no había perestroika y que Pizarro seguía guardando todas las llaves del Régimen. Así lo dejé escrito, cuando la gente decía que en el Hospital de las Cinco Llagas Griñán había cantado un recitativo con órgano, como Jesús en las pasiones de Bach, y a mí me parecía que lo había hecho con acompañamiento de fagotes, que es el fondo que se les pone en música a los osos, los payasetes y los aprendices de brujo. Griñán va de leído y de melómano, pero le gusta Verdi como a los organilleros y a los cursis sin oído, y yo desconfío aún más de los que tararean a Verdi que de los que cantan todavía La internacional. Pronto, pues, los modos, tics, siestones y argumentos heredados le quitaron a Griñán la toga para dejarlo en lo que es, otro manijero en el mismo cortijo, otro primo en el negocio familiar, el último loro de aquel felipismo que no abandona Andalucía. Con un millón de parados, más del 25%, aún no hay aquí guillotinas en las plazas ni incendios en el partido. Sólo la invocación, de nuevo, a la Andalucía “de vanguardia”, llena de molinillos de viento y sostenibilidad de los jaramagos, parchís paritarios y hambre repartida, con la Junta providente y la derechona quitándole los migotes a los pobres. 100 días de la última edición de nuestra eternidad. A punto de llegar agosto, Griñán parece comido por cangrejos, como toda Andalucía.

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