Marbella fue un invento, como Las Vegas, y hay en esta ciudad bella, hortera, maltratada y brillante algo de sueño americano que acabó un día, como ocurrió a veces allí, en cóctel de gánsteres y putiferio de políticos. Ahora la visita otro sueño americano, Michelle Obama, que no es Rosa Parks, sino una niña bien que estudió en Harvard y Princeton, pero al fin y al cabo es la esposa del primer presidente negro de Estados Unidos, cosa que algunos estadounidenses de peto no terminan de concebir. Yo no sé si estos sueños son ya posibles en Marbella, si son posibles en Andalucía. Marbella pasó de las fiestas de ir de blanco a ser violada por feos piratas, apedreada contra el mar, pintada de mierda, saqueada con saña. Me gustaría pensar que algo aprendimos de lo que ocurrió allí, de lo que se consintió allí, cuando todo apestaba pero nadie quería enterarse. Me gustaría pensar que el pueblo no va a volver a tolerar la corrupción a cambio de parterres ni de propinas de aparcacoches, pero tampoco por razón de ninguna pureza ideológica que todavía algunos trileros se atreven a identificar con Andalucía. En Marbella podrán seguir dorándose los ricos, zorreando el dinero, poniéndose collares de diamantes los perros, incluso estando en medio de esta autonomía pobre y castigada. Pero que nunca más la emputezcan ambiciosos canallas como los que se adueñaron de ella. Ahora viene a Marbella la emperatriz del mundo, aún discreta a pesar de que ella y su marido significan una revolución. A lo mejor nos contagia un sueño, quién sabe.
31 de julio de 2010
Los días persiguiéndose: Sin City (27/07/2010)
La familia imperial viene a Marbella, que aunque no es Capri, donde Tiberio montaba unas orgías del copón, sigue siendo nuestro rincón más lujoso y decadente, con casas que se venden con su propio cielo y rusas que te lo hacen metidas en champán. Llegarán Michelle Obama, elegante hasta haciendo el american pie, o sea la tarta de manzana con categoría de pastel nacional, y su hija pequeña, sin que sepamos si se acercará el Jefe del mundo a ese lugar donde el sol es un peluco, los zapatos cuestan más que los hombres y los yates trepan a los tejados. Marbella fue un invento de un visionario, casi como Las Vegas, la ciudad que necesitó la presa más grande de su época para que floreciera la luz en el desierto y los locos, los románticos y los millonarios se pelaran, se mataran y se emborracharan por igual. En nuestra Sin City, en Marbella, recaló primero una aristocracia de valquirias y de bigotes como bastones con estoque, la famosa jet set en la que, en realidad, pocos o ninguno tenían para jet privado. Vinieron también los jeques árabes con sus helicópteros de oro y sus sábanas llenas de esposas, un poco como en Amarcord. Luego, fue tomada por los especuladores despechugados, los constructores mafiosos, los mindundis comisionistas y la corrupción cangrejera consentida por gran parte del pueblo y no sabemos si por los de arriba en la política. Ahora tampoco sabemos si se recupera del gilismo, si vende sus joyas, si se alquila a otras mafias o ha vuelto milagrosamente a la virginidad. A mí siempre me pareció un pueblo de pescadores profanado por el lujo. Aún tiene calles en las que sigue oliendo a panadería o a salazón, lejos de donde construyeron cataratas de monedas y colinas nadadoras para los ricos. Pero no sé si pega en nuestra ciudad del pecado Michelle Obama, mujer como de iglesia de La casa de la pradera, que aun durmiendo junto al que gobierna el planeta sigue pareciendo que sólo tiene un único vestido para todos los 4 de julio.
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