Amén. Hablé una vez de las “reporteras vaticanas” de Canal Sur, ésas que cuentan las bendiciones del PSOE andaluz igual que Paloma Gómez Borrero contaba las del Papa, haciendo de las leyes o de los eventos institucionales esos domingos o pascuas de santos que arroban a las monjitas. Sin embargo, el programa Parlamento Andaluz es un paso más en esa creencia y esa hagiografía. Me he dado cuenta de que, incluso por encima de la reportera vaticana, está la figura superior del ángel anunciador, que es lo que parece Isabel Gómez, la presentadora y editora adjunta del programa. Aún recuerdo cómo aquella Ley de Economía Sostenible quedaba en sus palabras y gestos como la proclamación de un nuevo Evangelio o el cumpleaños de un mesías. Todo el programa suena, brilla y hasta huele como un Ángelus, ya desde los titulares, que suelen empezar con “la Consejería tal anuncia” o “el consejero tal ha manifestado”. Con sonrisa beatífica, con ese acento curil de carta a los corintios, canta las alabanzas de unas leyes que vienen a salvarnos, de unas disposiciones que nos acercan el Cielo, de unas iniciativas que nos riegan maná sobre la cabeza y, en fin, de todo el aleteo de querubines y potencias de la Junta y del grupo parlamentario socialista que hacen la teología concéntrica de nuestra redención. “Y el ángel del PSOE anunció a los andaluces...”: así debería comenzar el programa. Y terminar con un amén, por supuesto.
31 de julio de 2010
Somos Zapping: Gallinas y ángeles anunciadores (28/06/2010)
El programa perfecto. Ya advertíamos la semana pasada de algunos curiosos híbridos, protuberancias, injertos y excreciones que van produciendo los programas de Canal Sur entre ellos mismos o con otros. Así, Mi primer olé nacerá de encamar bajo una manta folclórica a Se llama copla con Menuda noche, igual que Se llama copla fue concebido antes a partir del rudo amor de Operación Triunfo con los programas de María del Monte. Lo que nunca se me hubiera ocurrido es que fuese posible maridar, y de qué perfectísima manera, los estilos y daños de Enrique Romero y de Roberto Sánchez Benítez. Imaginen, de la mano, por un lado, la satisfacción campera y el surrealismo freudiano e infantiloide de Enrique Romero, con sus toros enamorados de las yeguas o de las olas y sus vacas madres de jabalíes, y por otro lado, la sonriente Andalucía de Roberto Sánchez Benítez, con su alegría indolente, su crisis barrida por la brisa y sus innovaciones de pega, todo ese sol de verdad o de ventilador que alimenta la felicidad de este pueblo. Pues este engendro monstruoso ya lo han conseguido en Andalucía directo. Primero, y seguramente porque no ocurren muchas más cosas en Andalucía (o si ocurren no son comparables), nos ofrecieron unas bonitas estampas de ternurismo de corral: una gallina que da calor a unos gatitos recién nacidos o una señora que da el biberón a unos gazapillos en su granja. Eso sí que es periodismo de altura: la rabiosa actualidad siempre entendida desde la vigilancia y la denuncia... Luego, tras hacernos tragar todas esas bolas de pelusa, se deleitaron en el orgullo y el vértigo emprendedor de esta tierra, capaz de vender jamones en Estados Unidos. Ya ven la increíble vanguardia, digna de Tecnópolis. Pero aún quedaba un paseo por la cara amable, imaginativa y afortunada de la crisis. Con una indecente satisfacción, nos contaban que un ayuntamiento andaluz (no llegué a oír cuál) está sorteando puestos de trabajo. Yo alucinaba con el tono de tómbola del reportaje ante ese panorama tan triste: una lotería como última esperanza para tener trabajo. Pues el reportero parecía un rey mago, llevando él mismo a los parados la buena nueva de que la fortuna (o Zapatero, claro) los había bendecido con un curro temporal en una obra. “Un alivio, supongo”, decía el chaval. “Curioso pero efectivo”, describía Barragán. Pero nada, si acaso el sorteo no nos toca, tampoco hay razón para el desánimo. Para eso estaba el publirreportaje que le dedicaron a un supermercado que ofrece lotes de casi todo a 10 euros, lo mismo colchonetas y toallas que planchas o cafeteras. “La crisis, y la imaginación al poder”, decía Barragán. AD ya es el programa andaluz perfecto. Cuando no se llena de ferias o verbenas, nos consuela con ternezas y peluches y nos presenta nuestras migajas de pobre como éxito, alegría y oportunidad. Cachorros para los niños que somos, innovación de jamones, parados felices por la lotería de un trabajo y chollos de una crisis que nos pone a 10 euros los electrodomésticos y las sombrillas. Y todo en un mismo programa. Adiós a los toritos bailarines, adiós a Tecnópolis. Modesto Barragán se basta él solo para el bucolismo de la raza, la propaganda modernizante, el apaciguamiento de la crisis y, en fin, para esa labor de honda estupidización, riente complacencia y obsceno disimulo de la televisión pública andaluza.
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