
La que le está cayendo a Stephen Hawking, total, por actuar como un científico, por mirar al cielo sin prejuicios y ver que las estrellas brillan sin manos que las enrosquen. La polémica ni es nueva ni terminará aquí, lo que ocurre es que la ciencia ha llegado ya a los últimos misterios y cada vez tiene más ecuaciones que le cortan la barba al viejo Dios sentimental, necesario para muchos más como consuelo que como explicación. En realidad, todos los argumentos intelectuales a favor de la existencia de un Dios se los cargó Kant (sí, aunque todavía hoy algunos vuelvan a Aristóteles). Tras Kant, sólo quedó el argumento moral, aún más pobre creo yo. Lo que viene a decir Hawking es que todo indica que el Universo es una realidad autocontenida en la que nada exterior pudo influir nunca, ni siquiera para elegir sus leyes. Dios no habría tenido ni la oportunidad para meter el dedo y echar a andar la cosa. ¿Pero por qué estas leyes y no otras? ¿Y por qué hay Universo en vez de nada? Siguen siendo buenas preguntas, pero habrá que buscarles otra explicación porque Dios no sólo no aporta nada para entender el Universo, sino que parece que el mismo Universo le impide encajar en él. Quizá la respuesta esté en el Multiverso, la infinita espuma de los universos haciendo, ciegamente, que exista todo lo que es posible que exista. Que los creyentes no culpen a la ciencia, que sólo hace su trabajo. La idea de Dios ya se ha ido matando ella sola de contradicciones e inutilidad. De todas formas, cada cual seguirá eligiendo, con sus luces o su corazón, entre Hawking y Fray Leopoldo, entre lo que es y lo que le gustaría que fuera, entre la osadía y el miedo, entre su inteligencia y su niñez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario