30 de julio de 2011

Los días persiguiéndose: Crepúsculo (29/07/2010)

El romanticismo de la destrucción ha tomado el país y triunfan las metáforas góticas, apocalípticas, los adjetivos sombríos, las lunas que sangran sobre las tumbas. Rajoy ha llamado “crepuscular” a este Gobierno, palabra que junta a los lobos, pero ya no parece sólo el agorero del fin de los tiempos, papel que ha asumido el PP muchas veces, sino el simple notario de la muerte, acercando el candelabro al cadáver. A Rajoy lo han acusado de ir de enterrador y de sastre de fiambres, de manejar la gaviota carroñera, de ser la derecha pesimista, triste y macabra que bebe anís en los velatorios, pero puede que ya la única manera de ser cuerdo sea admitir que un cementerio se ha cerrado sobre nosotros. Ante el desastre, sólo los locos pueden seguir con el lujo de la sonrisa, con la cursilería del optimismo. Prefiero a un Rajoy funerario, milenarista, malasombra, que a esos otros que están aguantando en la fiesta del fin del mundo, llámense Rubalcaba o Griñán, cambiándose de peinado para los gusanos que nos comen.

Es buena metáfora ésa del crepúsculo, hora en que la luz se corta las venas. El crepúsculo inevitable hasta para los dioses, con el color de sus murallas fundiéndose, como cuando cayó el Valhalla también por las contradicciones de los inmortales, por los pactos que no pudieron cumplir ni con los humanos ni con ellos mismos. Hipnotiza esta hora de la destrucción, con una belleza de planetas cayendo como anillos. Casi no importa morir cuando se sabe que va a morir todo. Ahí está el sol arrancándose la melena, ahí está el infierno empezando a escalar el cielo, ahí está el pavoroso y magnífico espectáculo del mundo cayendo en una catarata. Es una bonita y certera metáfora, este crepúsculo de todo con nuestros gobernantes paralizados o borrachos, quizá también con la ciudadanía fascinada y quieta, mientras nos deslizamos hacia las monstruosas fauces del abismo. Estaba por decir que tras el crepúsculo y la noche esperamos un amanecer, pero eso de los nuevos amaneceres suena siempre a fascismo o a secta. Confiemos sólo en que esta destrucción se lleve a los malos gobernantes y a los mentirosos con sonrisa, pero nos deje algo con lo que reconstruir el día. Todavía estamos en la hora de las sombras, entre los fracasados y los profetas, cuando la luz y la oscuridad se arrancan jirones la una a la otra. Rajoy quizá ha construido una metáfora bastante más grande que él mismo. El sólo pretendía ser un señor serio y nada lírico, avisando de que este Gobierno no tiene manos ni fuerzas para nada, menos para detener al sol. En este crepúsculo se cruzan las hadas y las brujas, los demonios y la esperanza, mientras la noche se prepara para verter a cubazos su hielo sobre nuestra espalda.

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