
Los trabajadores de Visteon queman neumáticos y van a pedirle a papá Griñán que evite que los dejen en la calle. ¿Alguien se ha planteado, sencillamente, si la ley ampara ese cierre, si la empresa tiene derecho a irse a China o a la Chirimbamba? ¿Y qué privilegio asiste a los obreros de Visteon para exigir un puesto de trabajo y los diferencia de otros miles de españoles que se han quedado en el paro? El conflicto es, en realidad, inexistente. Si la ley lo permite, Visteon puede cerrar y despedir como cualquiera. Si no, es simplemente un cierre ilegal y nada pintan ni las manifestaciones ni la petición de socorro a Griñán. Pero, claro, aquí dirían que qué tiene que ver la ley con todo esto. Sí, incivilizados y sentimentales, así somos. Y en este mismo sentido, habría que decir que nada hay tan sentimentalmente español como los nacionalismos catalán y vasco. Miren lo que ocurre ahora con Cataluña, su inmersión lingüística y sus idiomas vehiculares. ¿Leyes, tribunales, sentencias? ¿Qué es eso comparado con la voluntad de un pueblo, con el mito de una historia, con la fuerza de una identidad? Pero imaginen que cualquiera pudiera esgrimir sus particulares motivos sentimentales o históricos para negarse a cumplir la ley. Sería el caos. Sí, este caos que es España, castizo y encantador para muchos, pero que a mí me parece una maldición y la razón última de nuestro secular atraso. El español no reconoce el espacio público, el imperio de la ley, las reglas de la civilización. Su espíritu es la tribu, y su ley, sus cojones y su listeza. Los obreros cabreados del sur pobre y las glorias melancólicas del norte rico se abrazan en su común barbarie fundacional. Es la única bandera que podemos enseñarle ahora al mundo.
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