Valderas,
que tiene pinta de linier de segunda, seguirá en la Junta jugando al futbito
entre la corrupción y la mopa, que es lo que le han asignado, pero ya no es
coordinador regional de esa izquierda unida, desunida, aglomerada o recosida, ya
no sé si histórica o sólo estética. Hubo aquí una izquierda agreste y
orgullosa, con más tierra que libros en los ojos y en la boca, que crecía con
los señoritos y sus capataces señalando a los jornaleros a capricho en plazas
donde las fuentes parecían horcas. Recuerdo a mi padre contándome que dormía en
un montón de paja y chinches en cortijos lejanos, echando temporadas enteras con
navaja, chuscos y mechero. Esto era una región semifeudal y quedaba pendiente
una revolución por pura dignidad. No era una revolución teórica ni científica,
sino una especie de evangelio de pobres centrado más en la esperanza que en el
método. Eso fue quizá nuestra izquierda.
Entre aquello
y el actual postureo antisistema, la economía del calabacín cooperativista y
las pedradas a los bancos, han pasado muchas cosas. Una transición remendona,
una democracia imperfecta, un Estado autonómico que nos dio nuevos señoritos,
un Telón de Acero que cayó porque aquella revolución era una fábrica de óxido,
miseria, asfixia y crueldad; la globalización del dinero invisible e
instantáneo como las distancias… Y aquella izquierda se fue haciendo
melancólica, icónica, con unos enemigos de madera, como de maqueta antigua:
imperialismo, capitalismo, burguesía, multinacionales, mercados… Conozco a
muchos que fueron comunistas hasta que se dieron cuenta de que en realidad eran
como curas al revés. Dogmáticos, fanáticos, totalitarios, iluminados,
arrogándose la voz y la voluntad de las gentes y los pueblos, imponiéndonos las
cosas ‘por nuestro bien’. ¿Malvado capitalismo? Como dijo alguien, no hay
diferencia entre la lucha por el control de la propiedad privada o del
usufructo de la propiedad pública. Siempre habrá poderosos, injusticias y
desigualdades. La distinción está en los mecanismos de control, la libertad
individual y la posibilidad de que el sistema se cambie y corrija a sí mismo,
cosas impensables cuando todo es obligada ortodoxia. Además de que, al final,
se genere bienestar o moscas.
Cuando le
pregunto a mi padre, ya sabio y escéptico, se enfada con esta izquierda y este
sindicalismo que usan a los pobres y a los obreros para su parchís,
moviéndolos, sacándolos o acallándolos según les conviene, pero con tanta
ambición como sus teóricos enemigos. Aquí, sobre todo, juegan a sorber algo del
tremendo poder o sitio del PSOE. Ahora tenemos a Maíllo, otro cura con el mismo
catecismo. Es la izquierda indefinida de este siglo, con sus mensajes de
radionovela, su marketing del jaleo y el mendrugo, su isla ideológica imposible
ya en el mundo. Y Valderas, vestido de princesita dentro del sistema que debería
considerar corrupto. ¿Son dos papas con el mismo o diferente Cielo? Da igual cuando
el Cielo es un invento.
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