En su discurso, Griñán me recordó a esos forenses de las series que se comen una hamburguesa ante el cadáver que chorrea aún en el fregadero. El cadáver es Andalucía, claro. No es sólo la costumbre, sino la ausencia de culpa, que siempre es de otros, lo que no le quita el hambre. Están el FMI, la troika, los mercados, Rajoy y Wert, que cada vez se parece más a Gárgamel, el malo de los pitufos. Frente a ellos, la resistencia, la aldea gala, la ternura maternal de la Junta zurciendo todo lo que nos descose el Gobierno Central con sus “reformas” que Griñán llamaba “soluciones mágicas” (no como sus pactos o sus planes de choque chocando aún con los anteriores). Recetas electrónicas, bilingüismos, bancos públicos de cordones umbilicales, más sus iconos o comodines ideológicos, nos separan por lo visto de la catástrofe. Mencionó una ley de Emprendedores y me imaginé a Invercaria repartiendo el dinero. No sólo despachó los ERE en medio minuto con las tesis oficiales, sino que los usó como introducción para hablar de su Ley de Transparencia. Me pregunto si las “almas de cántaro” son transparentes. Griñán cantó a la democracia como a Dulcinea y, al final, tras una larga cadencia nostálgica y orgullosa, llegó el anunciado adiós. “Estamos sujetos a la biología”, dijo, como si se fuera por la próstata. Pues muy buenas, que los parados lo lleven en procesión.
El debate de Griñán con Zoido, debate entre dos no-candidatos como dos no-muertos, podría haber sido una sombra chinesca, pero se animó porque Griñán se puso a imitar a Chaves, a chulear de ganar siempre y a sacar el libro negro de la derechona, cosa que Rajoy pone fácil. Zoido podía hablar del inmovilismo de la Junta, de desempleo, de umbrales de pobreza, de ruina educativa, de planes de choque no dan resultado, de pactos que se quedan en pinacotecas, del despilfarro o la corrupción de la Junta, de “las verdades del barquero”. Pero no puede defender a Rajoy y a su política, sus silencios, sus ministros córvidos, sus palos al bolsillo y sus tics ursulinos. Ahí Griñán se agiganta y saca catecismos, privatizaciones o abortos que le sirven para equilibrar su fracaso con el horror.
Griñán acusó a Zoido de no ser “nada aparte de los ERE”, de ponerse las gafas negras para mirar Andalucía. Zoido a Griñán, de usar toda la maquinaria de la Junta para la confrontación en vez para solucionar problemas, de “haber pasado de dar ordenadores a bocadillos”. “Aspiramos a más que a una cartilla de racionamiento”, sentenció. Griñán, algo afónico, terminó haciendo trampas con números: presumió del incremento en porcentaje del PIB de Andalucía, que sólo nos cuenta la gran distancia que hay del muerto al sano, o del mendrugo a la prosperidad. El conformismo del PSOE, negar que podríamos estar mucho mejor, eso es lo que nos hunde. Y eso es lo que celebran.
Castro, de IU, entre su satisfecho guerrillerismo, en su discurso que se tornó carantoñas gatunas con Griñán, dijo que el día estaba dedicado a “la política de las cosas y no a las cosas de los políticos”. Pero hubo mucho de lo segundo. Puede morir Chanquete pero todavía sonará su acordeón. Y sigue el forense con su hamburguesa. Y, enfrente, un PP andaluz al que le cuesta que no lo metan en la familia Adams de Rajoy. Y prejuicios históricos y cómodas falacias que atufan el Parlamento y nos condenan a repetirnos eternamente en la miseria, que es lo peor.
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