Saltamos sobre el fuego, bicicleta de las brujas, violín del aire, melena de los faunos. Ahora en playas nocturnas, con el mar como un cubata tirado sobre la sábana del cielo; o antes en cuevas, donde nos descubríamos hombres, la destrucción y la purificación marcan umbrales, encuadran la vida y empujan a los arqueros que van en carros por las constelaciones. El fuego es el sol, o sea Dios, o sea espíritu, o sea inmortalidad, aunque no ésa judeocristiana y estática, sino la que se expresa a través de ciclos de muertes y renacimientos de la naturaleza. Ahora sirve para beber sangría con muslos y rodajas de luna, para que los chiringuitos parezcan Troya, para recordar los amores de verano como asaltos vikingos, pero seguimos quemando lo viejo para pedir lo nuevo, y soplando al sol desde aquí abajo para darle fuerza cuando decae, y saltando de una estación a otra aunque lo hagamos de culo. Somos inevitablemente simbólicos aun sin saberlo, aun queriendo hacer sólo una parrillada.
Amarcord de Fellini empezaba con una
hoguera de San Juan y terminaba con una especie de boda de Cadmo y Harmonía (la
última vez que los dioses y los hombres se sentaron juntos), marcando el
comienzo y el final de la relación del ser humano con la magia, con la
ingenuidad, que eso es precisamente la infancia. Yo me pregunto si esto que
vivimos es el final de nuestra infancia política, si estamos escuchando al
acordeonista ciego que toca por el triste fin de la inocencia. Aunque me parece
que nos faltan por tirar al fuego muchas sillas viejas, muchos muñecotes del
largo invierno que sufrimos; y pasar aún iniciaciones de dolor y deseo y
decepción y belleza, que eso es toda la película de Fellini. La crisis como
hoguera de San Juan podría hacer que la historia rescatase esta época como
catarsis y así los tiesos, los muertos, los inocentes machacados, al menos
tendrían panteón de héroes.
Lo
de Soraya, con su cara de niña que juega con cerillas, es sólo una astilla al
fuego. Y aun así se opondrán los sátrapas locales, hasta de su propio partido.
Aquí volverán a hablar de recentralización y de que nos van a quitar nuestra
autonomía procesional, nuestra bandera como un taparrabos, la épica aceitunera
con la que tantos ingenuos se emocionan y tantos listos se llenan los
bolsillos. Ya han visto para qué querían autonomía y competencias, para ERE e
Invercarias, enchufes, tenderetes y convidados. Soraya aún no es el gobernante
que ha puesto sobre la mesa las dos calaveras de la partitocracia y el Estado y
ha dicho, valiente o suicida, que hay que salvar el Estado. Pero la van a asar
viva, desde los nacionalismos al último pegasellos de los partidos.
Las
hogueras de San Juan, hechas de simbolismo o ron, tendrían que llevarse todavía
mucho para dejar sólo libertad, igualdad, honradez, justicia, austeridad, democracia
purificada. Vamos perdiendo la inocencia, pero aún no nos ha llegado la
madurez. Y en el fuego, fijándose bien, sólo se ven caballos relinchando de
agonía.
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