3 de octubre de 2013

Ouroboros: Airbuses con lacito (01/10/2013)


Los aviones, cielo con ruedines, taquilla del viento, tobogán de turistas y apresurados, los tacones más altos en los que puede venir una bandeja y el capacho más alto del que pueden caer las bombas. El avión es más o menos igual de antiguo que la cremallera, pero Ícaro es eterno como todos los mitos y volar aún nos parece subir a tirarles de las barbas a los dioses o a desplumarlos con una afeitadora. Por eso los aeropuertos tienen algo de anticatedral encerada, de vestíbulo de la impiedad. Los aviones, los coches, el acero ensartado con la velocidad, han sido medida de la potencia industrial y del ego de los países, como pistones con significado freudiano. En la Guerra Fría empezaron por lanzar ollas espaciales y terminaron diseñando la aviónica para extinguirnos mil veces, aunque aquel miedo nos legó casi toda la tecnología del siglo. Pero Estados Unidos y la URSS jugaban su propia liga. Entre los demás, Japón se ponía las gafitas de afilar lo pequeño y lo barato, y Alemania seguía con sus automóviles cuadrados y sus cerebros como búnkeres, o al revés. ¿Y en España? Del Jumbo al seiscientos estaba toda la distancia entre una primera potencia y un fabricante de fiambreras.

Aquí no podemos presumir de industrias celestes ni de remachar estrellas. Con eso sólo nos sale algo de Tony Leblanc. Únicamente cuando la Unión Europea ha reunido recursos y siglas, y luego ha repartido el hambre de trabajo, fotos y gloria argonauta, aquí nos ha tocado poner un alerón o un váter en un Airbus, más cerca de fregar el avión que de fabricarlo, o terminar de ensamblar el famoso A400M, que nos llega ya como algo de Ikea. Espectaculares, poderosos aviones que nos levantan soplando de la tierra, pero que abultan más en las nubes que en nuestra economía y nuestro empleo. Lamentablemente, aquí hay boqueando bastantes más camareros, albañiles y cursillistas del Windows que superingenieros. Grandes, complicados y acojonantes como dragones con poleas, estos aviones a los que les ponemos el lacito no bastan para redimir el indigente tejido industrial andaluz.

Ayer se entregó en Sevilla el primero de estos A400M que envasamos más que hacemos, y allí estuvieron los políticos, como siempre desde que nos prestaron esa gorra de piloto. No sólo Susana Díaz, sino también Zoido, que se olvidó de las aceras por reparar para hacer visera con la mano y mirar, mejor, cómo se enladrilla el cielo. Achampanaron y apadrinaron el avión, se lo pusieron como pin, presumieron de él como de un hijo guardiamarina y nos hablaron de las glorias que trae su panza. El mismo desfile, la misma ventolera, las mismas palabras que en la primera presentación del avión, allá por 2008. Desde entonces, no sólo no se han llevado a nuestros parados volando, sino que más bien los han ido dejando en paracaídas. Nos señalan otra vez arriba, nos vuelven a prometer el Cuerno de la Abundancia descendido. Pero aquí se nos derriten las alas y los sueños apenas pega el sol en la realidad como en una chapa.

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