El
PSOE cargándose Rumasa o a Mario Conde, eso sí que eran alardes. Así se hacían
con la colmena del dinero, convirtiendo a los atravesados en presos de
dibujitos animados. Felipe, Guerra, aquel socialismo marismeño con tarteras y gracietas
modernizaban España, y entrábamos en la OTAN, aunque fuera de recluta que
friega los cañones, y hasta volvíamos a ser Europa de una manera que nos vendían
como carolingia, pero era más bien buñuelesca. En aquella época de movidón y
desperezamiento, queríamos coger a cambaladas esa modernidad a la que le
perdimos el rastro desde Fernando VII, o antes. Pero también fue entonces
cuando se asentaron las malas costumbres y feos defectos de nuestra democracia,
que tantos disgustos nos están trayendo ahora: la partitocracia piramidal, hija
de una Transición titubeante; la muerte a espadín de Montesquieu y el
conchabamiento corrupto entre poder político y poder económico. Que Ruíz Mateos
quedara en cromo y Mario Conde en Buda cristificado no deja de ser una anécdota
ante el paradigma que aquel tiempo traía o retomaba: el dinero y los negocios
tenían que tener el permiso, la visita y el manoseo del poder político. Al
principio, quizá sólo con cierta intención controladora, estatalista, aunque
pronto vendría el hambre. Si para que nos enterásemos de quién mandaba tenían
que darles la vuelta a las Torres de Colón (que siempre han estado dadas la
vuelta), pues lo hacía Boyer tan tranquilo como si fuera el hombre de la
tónica. No entro en razones o legalidades, pero eso sí que eran alardes, hacer
que el poder retumbara físicamente en toda la Castellana, igual que si se
moviera el Bernabéu a remo.
Nuestro
país desperdició recursos, ideas, gente, riqueza, por culpa de ese encamamiento
sucio de políticos, banqueros y empresarios pasándose el mechero. Luego, además,
todo esto se provincializó. Las autonomías multiplicaron las barajas y los
jugadores en la mesa. Y en Andalucía, donde no se han barrido los despachos en
más de treinta años, las consecuencias están a la vista. Por toda esta
tradición, por toda esta manera de hacer política que parece que viene como desde
Ramoncín, a uno le dan mucha risa esos amagos de “regeneración” y esos pactitos
contra la corrupción como lavados de gato. Más si vienen de la mano de
advenedizos criados en ese mismo sistema putrefacto. Que Susana Díaz se fuera a
ver a Mariano Rajoy significa tanto como que comprara un décimo en Doña
Manolita. Hace falta nadar mucho más hondo en la democracia. Esto que heredamos
de la Transición parece un viejo jersey de rombos que insistimos en ponernos.
Pero no nos cabe y además apesta.
Sí, qué
alardes aquéllos, tirando bancos, expropiando por cojones, montando horcas en
el despacho de Mariano Rubio… Las transferencias de financiación para engordar
reptiles parecen casi una finura francesa a su lado. Pero todo empezó aquella
vez que nos equivocamos con tan buena voluntad, como el jersey horroroso que
nos hizo nuestra madre.
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