Los partidos van dando premios, retiros, oportunidades o cochecitos lerés a sus postulantes o desahuciados y Cándida Martínez es el ejemplo perfecto de un pescado pasado aprovechado para el último adobo. Cándida Martínez, junto con Carmen Calvo, me parecen de los más nefastos políticos que ha dado esta tierra a la miseria autonómica y luego a la nacional. Las dos en áreas tan sensibles e importantes como la educación y la cultura, fuerzas motrices del progreso convertidas por ellas en parchís y en circo de payasetes, hicieron del fracaso complaciente y del cinismo exhibicionista su sello. Ahora han acabado, como niñas con disfraz de princesita subidas a una cabalgata, para tocar el silbato a los senadores o dar palmas a compás en los debates, que en política es como quedar de perchero o verse sentado en un orinal con patito. Allí no pueden hacer demasiado daño y, aunque uno preferiría una especie de calabozo para inútiles de la política, me alegro en parte de estos descartes, incluso cuando incluyen billetes a Disneylandia.
Hay quien se marcha a dormir entre los leones borbónicos, igual que aquel loco de la canción de Sabina, y hay quien irrumpe en los parlamentos como una chacha mandona. Entre esos ascendidos hay que mencionar a Sánchez Gordillo, quizá también escapado con capirote de Marinaleda como de Ciempozuelos, Loco de las Coles del comunismo (si no venían ustedes La hora chanante, no sabrán quién es este Loco de la Coles, pero echen mano de You Tube). Peinado de rastrillos, talibán de un sovietismo en barbecho, Sánchez Gordillo representa como nadie lo que le estorba a la izquierda para entrar en este siglo, pero se ha impuesto en Sevilla entre los tortazos linderos de IU y seguramente lo veamos antes que a Valderas en el Parlamento andaluz, colectivizando pelusas. Estuve en Marinaleda, donde sentí como en ningún sitio el agobio de la uniformidad, del pensamiento totalitario y del arredilamiento de un pueblo, y desde entonces este hombre me da el escalofrío de los bieldos y de las momias.
Unos se marchan a un retiro mollar y otros entran a incendiar la paja de los parlamentos, pero todo parece pensado para que se mantenga la mediocridad de la política, eterno tentetieso. La partitocracia conserva sus vicios y tristezas y por eso no importan tanto los nombres. Hay un desencanto que no depende de los figurantes. Esto no lo van a arreglar las nuevas listas con perdedores o con advenedizos.
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