La tecnología del jarrillo. Nuestra Navidad acarrea leña o espera la suerte de los pobres, toda la esperanza mísera que nos define. María del Monte sorteaba décimos metidos en roscos de reyes y hasta un programa especial nos ilustraba con gran gravedad las supersticiones de la suerte, las “vibraciones” de los números y las varitas mágicas de la necesidad. Ante esta realidad, me cruzo en la programación de Canal Sur con nuestras veleidades tecnológicas y todo se me llena de ironía. No es sólo Tecnópolis, ese ingenuo intento de galactizarnos enseñándonos un tiovivo a pedales, ni esos anuncios fotovoltaicos de la Junta que nos hablan de “una Andalucía solar, una apuesta redonda”. Tenemos programas más serios, como Andaluciencia, presentado por mi admirado Manuel Lozano, verdadera Minerva, pero que tampoco son capaces de sacarme de mi amargo escepticismo. Nos muestran salas blancas, todo el buceo de la electrónica y todo el ozono de la ciencia que, es cierto, se maneja en Andalucía, y sin embargo sabemos que todo eso no deja de ser una anécdota. Sí, el peso de la industria tecnológica aquí es insignificante, en esta tierra de cereal, espuertas y camareros con adobo. Esto no es Silicon Valley, no es Japón, ni siquiera Finlandia. La inversión en I+D+I, por mucho que nos la saquen como hechizo, es ridícula. Ni la tecnología tiene aquí tamaño, ni se traduce en la sociedad andaluza que sigue siendo como molinera, que usa más que nada el invento del jarrillo de lata y aún alucina ante un simple ordenador. Nos hablaba el programa de “empresas de alto nivel industrial que usan tecnología punta”, y es verdad que alguna hay. Pero son un leve chispazo entre freidurías, ladrillos de gafas y serones. Agrandarlas, hiperbolizarlas como gusta la televisión pública andaluza, es sencillamente espiritismo y propaganda. Tanta alta tecnología, y aquí todavía con migas de pastores y candelás en Nochebuena.
Boca de pez. Creo que el anuncio no es de la Consejería de Educación, aunque podría serlo. Algo en su boca de pez y en su satisfacción en fresquera me recordaba exactísimamente a doña Cándida Martínez, en una de sus explicaciones después del informe PISA sobre educación, el que dejaba la escuela andaluza a alturas africanas. Sí, porque en el anuncio, un pescado hablaba así: “Soy un besugo de Andalucía y estoy bueno, bueno”. Luego, no sabemos si era el pescadero el que remataba: “Andalucía, al máximo”. Maximizar los besugos es ciertamente uno de sus mayores logros.
El suceso. Aquello de los hilillos de plastilina de Rajoy con el Prestige fue un buen ejemplo de que en las catástrofes no hay que usar lenguaje coloquial. No, lo suyo es el eufemismo levemente cientifista, que es a lo que recurrieron los sabios de Canal Sur en las noticias al contar que el New Flame reventaba con toda su basura en el Estrecho. “Suceso medioambiental”, lo llamaron. A ver quién se asusta con eso. Qué maestría.
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