La postura del faraón. La monarquía ya es en sí una cosa aturronada y el mensaje navideño del Rey quizá cumple esa función de estampita y hojaldre. El Rey aparece como un paisaje y habla siempre como del clima de la patria, sin decir en realidad nada importante, sino vagos universalismos, buenas intenciones, neutrales evidencias. No debe ser de otra manera, porque una democracia no puede permitir que parezca que el Rey está dando sus opiniones particulares, ni que nos riñe o nos educa gravemente como un padre sentado a la mesa. Es una tradición que se podría discutir, que a mí me parece innecesaria y curil, pero que al fin y al cabo está allí sin que nadie la mire, como otra cinta u otro velón puesto en la salita. A lo que uno no le ve ningún sentido es a esta moda de los presidentes autonómicos tomando prestada la postura de faraón de la monarquía y casi su música de capilla para soltarnos en fin de año su propaganda camuflada en confeti. “Reflexiones sobre el año que termina”, llamó Chaves a su discurso como hecho en una pecera de caoba, con fondo de papel pintado y libros de atrezzo, en una atmósfera de brillos y filtros de gasa como si la que nos hablara fuera Sara Montiel. Un año “trascendente para nuestra Comunidad”, en el que “se han dado pasos en el camino del progreso”, un Estatuto salvador que “ya está desplegando sus competencias”, un “aumento de nuestro bienestar” y “una tierra de futuro”, más otros pétalos que él mismo se echaba por encima, conduciendo la carroza del éxito. Parecía que en cualquier momento, por detrás de las banderas recién peinadas, iba a salir un violinista. Eso no es un mensaje institucional, sino propaganda de estilo Nescafé, y como tal debería ocupar el espacio que ya tienen los otros anuncios de jamones, electricidades y virguerías de la Junta, no aparecer durante la cena familiar como pidiendo el aguinaldo. Estando dentro de la misma categoría que los colchones de látex que nos entremeten en los programas mañaneros, debería igual que en ellos aparecer sobreimpresionada la palabra “publicidad”. Pero Chaves quizá se cree lo que le dijo aquél, que es el rey de Andalucía, y por tanto tenía las trompetas para llamar y el deber de convocar a los pastorcillos y a la estrella de Belén, que parece un poco el logo de la Junta, para dejarnos la Buena Nueva que es él mismo, envuelto para la fecha como un mazapán. Pero no, ni así parecía poder conseguir la postura del faraón.
Vídeo del mensaje de fin de año de Manuel Chaves Payasos. Nochevieja, champán por las tetas, gente descalza por entre los añicos del año. En Nochevieja, la televisión toma el mismo aspecto de fiesta puerca y de ponche de meados que tiene fuera la noche entera. Refritos, basura, canciones de lata, batacazos de culo. En Canal Sur se decantaron por sus niños enanizados, aupados por Juan y Medio ante la jaula de loros que formaban los graciosos más oficiales de Andalucía: Los Morancos, Paz Padilla y Manu Sánchez. Ya hemos hablado muchas veces de ese circo de pulgas para jubilados que es el programa, pero en esa noche, especialmente, resultó una vulgaridad sobrepuesta a otra vulgaridad como una cenefa horrorosa sobre otra cenefa horrorosa. Sería el ambiente pegajoso de la Nochevieja, pero los invitados no se limitaron a ser graciosos a su manera casapuertera, sino que parecía que habían llegado al plató todos borrachos, pero borrachos como cubas, como justo antes de ponerse el tanga en la cabeza. Por la calle, otros payasos borrachos me resultaban más simpáticos.
Disco del año. Recuerdo, de Clásicos populares, la anécdota de aquél que siempre terminaba el año escuchando el Vals triste de Sibelius. Me acordé viendo en La Uno un especial que montaron para elegir el disco del año, lleno de canciones fresquitontas que no me sonaban de nada cantadas por otra gente que tampoco me sonaba, pero que deben de ser lo más en el botellón. Sin embargo, lo mejor fue la promoción, en la que personajes más o menos conocidos nos decían cuál era su favorito. Cuando vi a José María del Nido afirmar que para él el disco del año había sido Ganas de vivir, de Andy y Lucas, comprendí que todavía había algo que podía superar el ridículo de su estética de monaguillo, y hasta la vergüenza coplera de toda esta bendita tierra.
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