Año nuevo, que viene con gafas de bombillas, buenos propósitos y reyertas de borracho. La gente se pone bragas rojas y pide cosas a los relojes y a las velas, y yo lo único que pido, si acaso, es perspectiva. La perspectiva sólo requiere distancia y un poco de escepticismo, pero ya sería suficiente para reconocer a las ideologías en su cortedad y a la política en sus falsedades. Nos han mentido diciéndonos que somos una ideología con otra enfrente a derribar. Las ideologías son sistemas particulares de vida, y el señor de derechas se siente decente con la suya y el progre se siente quizá luchador con la propia. Pero lo que haga el de derechas con su domingo o el progre con sus poemas no es tan importante como el sistema común que sostiene a ambos y les garantiza la libertad. Este sentido de lo común, de lo público, es el que ha perdido la política empeñada en enfrentarnos como hinchadas. Y no me refiero sólo a los políticos, sino a cierta gente tan apegada a su propia ideología que es incapaz de entenderla como opinión, sino como verdad que debe imponerse a un enemigo. Vi el otro día la apalomada manifestación por la familia cristiana en Madrid y yo sólo me preguntaba: si los cristianos evidentemente tienen familias cristianas con valores cristianos, ¿qué es lo que piden? ¿Que los no cristianos tengan esos mismos valores? Sí, hay una incapacidad de ciertos individuos para reconocer la libertad de los otros de decidir su propio camino, igual que para darse cuenta de que las leyes deben salvaguardar esa libertad más allá de sistemas de valores particulares. Con esta incapacidad, además, algunos hacen su trinchera. Traslademos esta miopía beligerante a la política y tendremos la guerra que padecemos.
Necesitamos perspectiva para ver que por encima de las ideologías está la democracia misma, y que es lo que peligra en esta guerra, porque una democracia no puede buscar la exclusión ni la destrucción del diferente. Por eso no entiendo esas manifestaciones; por eso mismo, igualmente, aquí en Andalucía, no me cansaré de protestar contra un régimen que ha sometido toda la vida pública a sus intereses particulares y que se limita a justificarse con eso de que al otro lado está la derechona. Es la salud de la democracia lo que está en juego, pero ningún partido pide por ello, sino por un triunfo con degollamiento del otro. Sin embargo, para darnos cuenta de esto hace falta distancia, perspectiva. Y es cada uno el que debe dar un paso atrás en sus convicciones, en sus certezas, y mirar luego el paisaje quemado que está dejando.
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