17 de enero de 2008

Somos Zapping 13/01/2008

Desenterramiento en directo. Qué enfermizo espectáculo en directo, seguir a los perros buscando sangre o braguitas, a los guardias civiles como colilleros de cadáveres. Pero sí, lo anunciaron como si fuera un pasacalles y conectaron con Mijas para retransmitir la batida en busca de la joven Amy o de su rastro truculento. Fue en Mira la vida, programa que parece que ha sustituido su alfarería y sus fresqueras por la carroña. Ya tienen un nuevo filón para el morbo, una Madeleine más cercana, para llenar la mañana con círculos de buitres, familias llorosas, todas las posibilidades de morir o caer a un pozo o desaparecer en furgonetas blancas (¿no era eso de la furgoneta blanca una leyenda urbana?). Desde que Rafael Cremades lo dejó, me había dado la impresión de que el programa evolucionaba hacia otra amabilidad de cocineros y consultas gerontológicas, que disminuía su nivel de catetismo, quizá ayudado por esa serena elegancia que tiene la encantadora Silvia Medina o la maternidad como panificadora que parece irradiar Mariló Maldonado. Pero ahí estaban sus reporteros al pie de las zanjas contando que se habían encontrado pantaloncitos, vísceras que luego resultaron de animal; y un público que se dividía en apostar si la chica estaría muerta o secuestrada, y la propia Mariló Maldonado que cambiaba su tono repostero por una voz fuerte de gravedad o inminencia, igual que si diera instrucciones para una evacuación, y dejaba las preguntas más morbosas en el aire para ser contestadas después de la publicidad, como mandan las reglas de los que rebañan desgracias en televisión. Y me estremezco al imaginar el repugnante triunfo que hubiera supuesto para ellos retransmitir en directo el terrible hallazgo (no lo quiera el Hado) del cuerpo de la joven, describir su horror y su postura y su desenterramiento. Prefiero que se dediquen a los embutidos de cada pueblo y al reúma de cada señora. Mejor la catetada que el canibalismo.

Cuanto antes, mejor. Tenía en la mano la marioneta de un pollo y volvía sonreír mucho, demasiado, como colocada de plastilina o témperas. Por supuesto, era Cándida Martínez, la consejera de Educación, que inauguraba un centro escolar para niños de “0 a 3 años” (así lo dicen, seguramente porque “menores de 4 años” les sonará de derechas) al que las noticias de Canal Sur daban dimensión de puente colgante. Estoy obsesionado con esa sonrisa, lo saben ustedes porque la menciono mucho. Esa careta, esa ortodoncia de cinismo, ese maquillaje como de japonesita envenenadora que ríe al servirte el té, me enoja, me subleva. Es como si riera en el entierro de los niños, que al fin y al cabo es eso la educación andaluza. Se felicitaba la consejera de que en esta legislatura se hubiera llevado a cabo “la escolarización de 3 a 6 años” (vaya avance, porque yo, hace más de tres décadas, ya me escolaricé a los 3, y con la diferencia de que a los 6 ya estaba multiplicando) y de que ahora hicieran “esta apuesta por los niños de 0 a 3 años”. Pero yo no sé si es una buena noticia, porque, teniendo en cuenta el nivelito que exhibe nuestro sistema educativo, eso quizá sólo significa que la idiotización y el aborricamiento de los chiquillos andaluces comenzará a una edad más temprana y por tanto será más efectiva e indeleble. Cuanto antes, mejor, pensarán. Quizá por eso sonreía tanto.

Honestidad sin duda. Todavía estaba yo recordando las palabras de Chaves en Ratones coloraos, aventando su “honestidad” como ese pañuelo de la ceremonia gitana, abominando de los políticos que utilizan “los dineros públicos –qué castizo, viejil y quevedesco este plural para el dinero-- en beneficio propio”, cuando me encuentro en las noticias de Canal Sur, miren la casualidad, a su hermano Leonardo Chaves, coronado por el logotipo de la Junta. Se trataba de algún acuerdo sobre espiritismos esportivos en el que había entrado su Dirección General, que recuerden es la de Tecnología e Infraestructuras Deportivas. Sí, la que adjudica de vez en cuando obras a otra empresa de cuyo nombre Chaves no quiere acordarse y que desde luego nada tiene que ver tampoco con su familia, que quede claro. Y es que cuando esa “honestidad” es tan obvia y manifiesta, la duda ofende.

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