Zapatero va perdiendo ex ministros y roseando puños. Ni siquiera la economía pesa como los símbolos, y los ojos de búho de Solbes y el lápiz afilado de Jordi Sevilla no daban para himnos, marchas y demás pañuelitos al viento de este PSOE cada vez más alegórico y más desenchufado de la realidad. Solo, contumaz y tiznado de esa izquierda de cartelería, Zapatero prefiere el enrocamiento a la rectificación. ¿Y aquí, en Andalucía? Griñán despista y a veces parece que le reza a los mismos molinillos que Zapatero y otras le sale una cana de disensión o da un paso lateral en la fila. ¿Puede rectificar este PSOE andaluz, puede volver Griñán a las columnatas de su primer discurso? Difícil de decir cuando una mañana suelta palomas y a la siguiente las tirotea. He visto a Griñán, en el púlpito de Canal Sur, defender ahora la disciplina en la educación, prometer un Decreto de Centros que va a acabar con los gallineros de gamberros en las aulas que ellos mismos fundaron sobre bases inequívoca y orgullosamente ideológicas. Días antes, Mar Moreno hablaba con cara de regletazo y quería “poner de moda los deberes”, pero a la vez sacaba un ordenador como una bicicleta voladora, confundiendo los fines con las herramientas. Para cambiar este nefasto sistema educativo basta una tiza, y sin embargo el cuento de las tecnologías, la propaganda de las bombillitas, volvía a dejarlos retratados en el adorno de lo accesorio. ¿Qué quiere el PSOE andaluz de verdad? ¿Una educación de calidad o los mismos analfabetos de siempre con conexión inalámbrica a su estupidez? ¿Se dan cuenta o no de que un ordenador no estudia por los chiquillos, como tampoco lo hace una simple libreta? ¿Se dan cuenta o no de que el hecho de escribir con plumín o con electrones no hace inteligencia ni cultura ni excelencia
per se?
Griñán está entre la inercia y el amago, entre el intento y el empecinamiento. Por eso, las cosas a medias, las ocurrencias que se contradicen, parecen ser su única tarea. Se diría que Griñán, si de verdad pretende traer su nuevo evangelio, lo quiere hacer sin soltar la feroz tradición como veterotestamentaria del PSOE andaluz. Por eso sigue con su Andalucía de adjetivos vertiginosos a la vez que trabaja su pose de profeta del cambio, por eso mezcla las etéreas y mentirosas modernidades heredadas del chavismo con pequeños desmarques, por eso conlleva la elefantiasis del brutal aparato burocrático y clientelar que maneja a Andalucía con la flauta de una nueva música que en realidad todavía no hemos escuchado. ¿Qué revolución esperar de un Griñán que le pide a su PSOE que “el partido sea la gente”? Otra vez la identificación del partido con toda la sociedad, con Andalucía misma, de nuevo el conocido tufo totalitario que debería espantarnos a nosotros y descalificarlos a ellos. Si el partido es “la gente”, los que no simpaticen con el PSOE, ¿qué serán? Tan buen lector que es, yo le recomendaría a John Stuart Mill, “Sobre la libertad”, y también un poquito de Aristóteles para que se diera cuenta de cómo la democracia se pudre en demagogia. Su supuesto cambio sólo trae una aporía que desemboca en caos y esquizofrenia. Yo sigo sin creerme a Griñán.
Zapatero se encastilla y hasta se inmola en su obcecación. Al menos es coherente, se ve claramente adónde va. Griñán tiene días de dócil y ortodoxo sociata orgánico y otros de fugaz rebelde de salón. Nos marea, nos confunde, nos decepciona. Que siga en el caballo o se tire de él de una vez. Ahora, sólo parece que va gobernando medio caído o medio borracho.
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