Vetusta. Ahí están Don Camilo y Don Peppone, el padrecito de Cantinflas y el cura que hizo una vez Raphael; ahí están un poco Marcelino Pan y Vino, y Sor Citroën. Eso es la serie Padre Medina, rebujito de todos los plagios que se puedan hacer alrededor de una sotana. Pero la inoriginalidad y la endeblez de la serie son lo de menos. Han retratado con fecha de hoy una Andalucía de los años 50, un pueblo de cura y alcalde (un pueblo de quince, eso sí, porque más no salen) santero y babuchero, un pueblo como de mis abuelas, con tiesas vecinas beatonas, cazurros aborregados y fiestas patronales de tirar cerdos de los campanarios. Debe de haber un término medio entre la Andalucía hipermodesna de la propaganda y esta vuelta a Vetusta, pero Canal Sur se complace en lo uno y en lo otro sin asomo de pudor por la contradicción. El cura joven y guapo parece que ha llegado a Las Hurdes de Buñuel. No sé si la Andalucía sin tiempo, la Andalucía eterna, es así, como en la serie. Pero, desde luego, no pega nada con esos discursos llenos de aerogeneradores. Se decidan, oigan.
Terapia. Las praderas y los arcoíris con los que se presentaba Olga Bertomeu buscando la felicidad se han quedado en un Diario de Patricia con una vecina (ella) dando consejillos (pocos y simplones). Historias de cuernos, gorduras y complejos relatadas profusamente por sus protagonistas, mientras la psicóloga apenas apostilla unas obviedades que no necesitan carrera ni libro ni programa. Vaya terapia. Luego mete fotos del veraneo de alguien para contagiarnos la felicidad de los payasetes y por fin remata con una sección sobre sexo en la que básicamente se dedican a reírse todos cuando el personal cuenta que no se le “empina”. La felicidad de verdad es, sin duda, la suya: estar bien acomodada en Canal Sur Radio y Televisión sin hacer más que lo que mi vecina en la escalera cuando charla arreglándose el moño.
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