En Andalucía lo que necesitamos son unos Juegos Olímpicos, la vecindad de la gloria, una promesa de delirio. Sí, ya sé, son muchas enumeraciones. Pero en eso, en contar las cosas por venir, somos especialistas. Llevamos toda la vida mirando al horizonte, esperando estrellas fugaces. Las modernizaciones y prosperidades sin plazo de los políticos son otras olimpiadas que se viven sin que lleguen. Bastan el barullo, la “corazonada”, el cartelón. Cuando no llega la gloria, lo que queda es esa postura hacia el futuro. El “espíritu olímpico” andaluz es que los políticos nos lancen aros de colores a las nubes y soñemos con llegar a ellos o ensartarlos, mientras el soplido de la realidad los aleja de nuevo. Ése es seguramente el “estado de ánimo” que Chaves dice ahora que hay que cambiar, pasar de contemplar lo que ocurre a la esperanza de lo que no va a ocurrir, y creérselo como se creían en Madrid sus lagos artificiales y sus atletas de pies alados y sus dioses sorbiendo de los pebeteros. Ese mismo “estado de ánimo” enajenado y candoroso de los que salieron a la calle con la cara pintada y los saludos ensayados en todos los idiomas, felices sólo por imaginar las jabalinas que los fuertes lanzarían por ellos. Aquí ya vimos reportajes de una Málaga o una Córdoba que se veían olímpicas por resbalamiento desde Madrid y todos los vecinos parecían forzudos.
La Junta debería promover una candidatura andaluza a estos cielos con graderío, que vuelva incluso Sevilla a su Peloponeso. No llegaríamos a nada pero lo importante sería que el pueblo comulgaría su espíritu en las fuentes y que Canal Sur sonaría como Píndaro. Nos pega mucho eso del olimpismo: vivir en la espera, desear con lustros de antelación, fantasear con medallas y estatuas, y olvidar todo lo que nos pasa, duele o falta por la promesa de un circo, de un desfile de aguerridos, de un triunfo prestado que ungirá de mentira nuestra pobreza. Creo que no hay tierra más olímpica que Andalucía.
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