La flor. Entre las pelusas que flotan en su programa, Quintero se puso a contar los piropos que le dedican por carta sus admiradores: uno lo llamaba “maestro de la sensibilidad”, otro decía que “Ratones coloraos es la clase de televisión que quiere”. “Yo creo –dijo Quintero-, que es la clase de televisión que debe hacer una televisión pública”. Desde luego, lo que no le falta a Quintero son ganas de guapearse. Sólo a Sánchez Dragó le he visto ponerse la flor de la televisión de calidad con tanta galantería para sí mismo. Pero Quintero ya es más peluca que otra cosa. Se ha hecho un acomodado que se finge rebelde de perchero. Una vez creí que hacía verismo y aguafuertes con los diferentes, los desgraciados, los caídos (puede que lo hiciera), pero poco a poco lo vi encumbrar a necios, adorar localismos de “ole la grasia” y llenarse los pulmones con el incienso de su ego de lobo estepario, aunque bien pagado y bien comido. Que no se adorne, que también en su programa recala la morralla televisiva de frikis, chulazos, chistosos y monigotes, con el pecado añadido de querer hacer con ellos, encima, sociología, ternurismo u hospicio. Por la audiencia, por el dinero, su sillón de barbero ya acoge a cualquiera que pueda ofrecer morbo, plazoleta o payasadas. Que le hable a la luna, que se monte en su bufanda, que filosofe con las goteras, que ablande los ceniceros... Pero Quintero ya es tan venal como esa otra televisión que él aparta con asco y suficiencia. O peor, porque aún intenta poetizar su molicie y su chequera.
Digna. En el fondo, me da un poco de pena. María Teresa Campos ya anda presentando en Telecinco especiales sobre la Pantoja, con todo el marrullerío hambriento de la telebasura, sus ganas de pelos y sus olores de braga. Creo que intentó parecer digna. No lo consiguió.
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