30 de noviembre de 2009

Somos Zapping: Cocina Mr. Bean (22/11/2009)

Miel sobre hojuelas. Se reboza los dedos, se empana la lengua, en su cocina están vivos los huevos, las gallinas y la pringue; parece que escalda gatos y siembra fideos y guisa con arena, está siempre al borde del incendio, del terremoto o de la autopsia; le persigue un vagón de cacerolas y “asartenes” a punto de volcar, los ingredientes y los fogones le atacan o le huyen... Es, en fin, como si cocinara un híbrido de Mr. Bean y Chiquito de la Calzada. Se trata de ese cocinero de Rota del que ya llevaban tiempo cachondeándose en El intermedio, José Luis Santamaría. Su monumento al caos gastronómico o fontanero y a la empanada mental ha sobrepasado su cadena local para lograr, primero en La Sexta y luego más allá, el estrellato de la carcajada continua. Desde aquel “José Ramón con corazón”, también de Rota por cierto, no veía uno nada comparable, aunque habrá que reconocer la imbatible superioridad de este cocinero, capaz de freír con “aceite de pura lana virgen”. Y otra vez, ya ven, es un andaluz. Es nuestra especialidad, ese tipo a la vez ridículo y tierno, aunque siempre ignorante, que provoca la risa sin intención, sin más que ser como es, y sobre todo, sin darse cuenta de su ridiculez ni él ni los de alrededor, con lo que esa ridiculez se convierte en algo expansivo, compartido, comunal, que retrata no a un particular, sino a todo un pueblo, a toda una manera de ser: la nuestra, la del andaluz no sólo ignorante y risible, sino ignorante de su ignorancia y risibilidad, o incluso orgulloso o amatrimoniado con éstas. Y eso, aquí, no puede quedarse sin premio: al cocinero de Rota ya lo hemos visto en Canal Sur, con Juan y Medio. Miel sobre hojuelas.


La flor. Entre las pelusas que flotan en su programa, Quintero se puso a contar los piropos que le dedican por carta sus admiradores: uno lo llamaba “maestro de la sensibilidad”, otro decía que “Ratones coloraos es la clase de televisión que quiere”. “Yo creo –dijo Quintero-, que es la clase de televisión que debe hacer una televisión pública”. Desde luego, lo que no le falta a Quintero son ganas de guapearse. Sólo a Sánchez Dragó le he visto ponerse la flor de la televisión de calidad con tanta galantería para sí mismo. Pero Quintero ya es más peluca que otra cosa. Se ha hecho un acomodado que se finge rebelde de perchero. Una vez creí que hacía verismo y aguafuertes con los diferentes, los desgraciados, los caídos (puede que lo hiciera), pero poco a poco lo vi encumbrar a necios, adorar localismos de “ole la grasia” y llenarse los pulmones con el incienso de su ego de lobo estepario, aunque bien pagado y bien comido. Que no se adorne, que también en su programa recala la morralla televisiva de frikis, chulazos, chistosos y monigotes, con el pecado añadido de querer hacer con ellos, encima, sociología, ternurismo u hospicio. Por la audiencia, por el dinero, su sillón de barbero ya acoge a cualquiera que pueda ofrecer morbo, plazoleta o payasadas. Que le hable a la luna, que se monte en su bufanda, que filosofe con las goteras, que ablande los ceniceros... Pero Quintero ya es tan venal como esa otra televisión que él aparta con asco y suficiencia. O peor, porque aún intenta poetizar su molicie y su chequera.


Digna. En el fondo, me da un poco de pena. María Teresa Campos ya anda presentando en Telecinco especiales sobre la Pantoja, con todo el marrullerío hambriento de la telebasura, sus ganas de pelos y sus olores de braga. Creo que intentó parecer digna. No lo consiguió.

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