
Los veo cada día, con los colores de sus collares o de sus lamparones, con hambre de pan o de vino o de papela, con guitarra o marioneta o navaja. Un extranjero como vikingo, descalzo, vestido como con una red, lleno de mierda y de palomas, que parece cantar o recitar en su idioma o en el de los locos y que sólo extiende la mano y arroja como dados en los callejones sus ojos azulísimos. El chaval rubio, dolorosamente joven, que antes iba hasta arregladito, pidiendo para el mismo autobús que nunca había; que luego se ha ido pudriendo en su chándal, que ya hocica en la basura, que ya llega a amenazarte cuando el mono le hace temblar, que luego te encuentras en un cajero metiéndose su dosis como entre cachimbas de muerto y papeles cagados. Aquél al que llaman Camarón, siempre con el mismo fandango a las puertas de los bares, con las barbas como un nido de gorriones, profeta de las migas, inofensivo y triste aunque se marche como deseando indigestiones. El otro gitanillo que quiere imitarlo, que se peina antes de arrancarse torpemente, que pasa por las mesas de la plaza con mirada primero de lástima (“por lo menos canto”, dice) y después de odio y desprecio si no le das nada; que dedica el gesto de cortarles el cuello a los que lo echan de los locales, que más tarde se encuentra con el rubio de antes en el cajero y hace allí con él una piedad o un mutuo suicidio. Y más, la rumana con la fotocopia de sus hijos inventados, el chaval con una pandereta por gorra, el violinista como expulsado de un circo, y manteros, y vendedores de bicicletas de alambre y de relojes falsos, y un rasta que canta mientras su mujer, que parece eternamente embarazada, hace bailar guiñoles... Los veo cada día, atareados en sus centimitos y mondas, rebuscando la vida o la muerte. Unos dan pena, otros dan miedo; unos son peligrosos y otros, tiernos. A ver qué ordenanza los distingue y qué poder los separa o los salva. Mafias, buhoneros, tocadores de armónica, yonquis, payasos, locos o pobres de hambre o de oficio; el que te conmueve, el que te estafa, el que te alegra, el que te intimida. Siempre podrán dejar las calles vacías. Sería limpio e injusto. A veces yo también lo pienso. Casi siempre me arrepiento.
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