
Yo no tengo hijos, y no sé si los tendré. A veces me da por pensar que no tengo (que nadie tiene) derecho a moldear una vida desde la nada. Pero soy consciente de que lo que para mí es una crueldad, la mayoría lo considera la base de la sociedad. Los padres suelen creer que sus hijos les pertenecen, y es más, que tienen el deber y el derecho de forjarlos a su gusto y manera; inculcarles sus valores, sus creencias, sus ideologías, sus fantasmas, sus neurosis, sus debilidades. Lo llaman educar. No es mi opinión, lo reconozco, algo que se pueda generalizar, a la manera kantiana, como imperativo categórico. Tampoco puedo presentar una alternativa: si no son los padres los que deben educar una personalidad, ¿quién? ¿El Estado? Eso sería aún peor. No, yo sólo me permito reclamar mi libertad para rehusar esa terrible responsabilidad de ser Dios para un chiquillo, para una conciencia totalmente por hacer.
Miro muy desde lejos la polémica sobre ese tribunal que ha dictaminado que hay que hacer profesión de fe para ingresar en ciertos colegios concertados religiosos. No creo que poner como segunda opción un colegio “laico” sea apostasía, ni que un juez pueda evaluar la determinación de los padres en este sentido. Pero sobre todo, creo que ese derecho a que los progenitores eduquen a sus hijos “según sus convicciones” está mal medido y peor desarrollado. O exigimos que el Estado nos ponga colegios enteramente católicos o budistas o ateos para todo el que lo pida, sin que nos limiten cupos ni un juez mire por el ojo de la cerradura; o bien se concluye que esa parte de la educación corresponde a los padres y que son ellos los que tienen que encargarse en sus casas o en sus iglesias o pagando los colegios del color que deseen, quedando para el Estado sólo la obligación de la formación en el conocimiento científico y en la moral mínima y común de la civilidad, no más. Yo preferiría lo segundo. No sé si un día mi señora y yo nos veremos con capacidad y fuerzas para educar a un hijo en la libertad y la responsabilidad, sin adoctrinamiento. Pero seguramente nos frenará encontrarnos con un sistema educativo con una mitad destruida y la otra sectarizada. Quizá ese día, al menos, pueda hablar ya con mi sobrino y explicarle por qué no le leí más cuentos.
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