
No, no veo yo a los funcionarios, esa raza apartada, ombliguista y como welsunga, guiándonos en la revolución o en la simple rabia. Eso tendría que hacerlo la sociedad civil, de la que se habla tanto. Pero me parece que la sociedad civil, hoy y aquí, sólo es esa gente que ve la tele. Para sacar al funcionario de ese aroma de cafetera donde los demás lo colocan (seguro que injustamente), basta que le toquen el dinero o le meneen el sitio, pero para sacar al andaluz de la mesa camilla, del fútbol, de Canal Sur y de su rejoneo de fiestas, haría falta un terremoto. Tengo que darle toda la razón a Ramón Vargas Machuca, sabio un poco estilita en su sabiduría, cuando hablaba en la entrevista que le hizo el otro día en este periódico de la “renuncia a cualquier papel activo o implicación en lo público” de los ciudadanos. Yo recuerdo oírle hace años la acertadísima expresión “demasía delegativa”, o sea, ese pasotismo del personal que va a votar en chándal cada cuatro años y luego se olvida de la política y de lo público, salvo quizá para pedir lo suyo. Sólo hay que escuchar a nuestros gobernantes autonómicos para darnos cuenta de que han asumido la ignorancia y el desinterés de sus gobernados, a los que se dirigen como a niños, con cuentos y caramelitos. Su tremebundo aparato de propaganda y atontamiento (ahí está la RTVA) nos ha amputado lo más valioso que tiene una sociedad: el sentido crítico. Atrapados en simplicidades de buenos y malos, sentimentalismos de cartelón, trincheras ideológicas llenas de telarañas como austrohúngaras (ay, Berlanga), este pueblo al que mantienen desinformado y distraído en banalidades y folclorismos sigue funcionando en política como mera hinchada, ciega y dominguera. Sí, también tiene razón Vargas Machuca en que los partidos deben cambiar, pero para que cambien va a haber que darles muchos y duros empujones. Aquí pueden salir miles a la calle por el honor del Betis como el de una virgen, pero no por el insoportable desempleo. Pueden salir igual los funcionarios, pero sabemos que van a lo suyo y eso no prende ninguna hoguera. No hacen faltan crucifixiones en las plazas, bastaría con que el andaluz se informara y pensara, dudara y criticara, exigiera y se implicara. Pero eso parece que le da agujetas. Está más cómodo dejándose columpiar y adormecer. Como mucho, se queja en la tasca de cómo está la cosa, igual que del tiempo, y vuelve a la mesa camilla.
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