
Lo que no comprendo es que haya que ganar la Navidad. Me refiero a que haya que pelear por la supremacía de una Navidad verdadera sobre otra falsa, decadente o, como decíamos, pervertida. Es un problema de las religiones en general, que sienten que siempre tienen que salir de alguna manera ganadoras, en multitud o en adornos, en presencia o en fuerza. Al cristianismo le obsesiona que quede claro, en toda ocasión, que porta no sé qué estandarte de autoridad o legitimidad que se le debe reconocer por encima de otras opiniones. Así, la Navidad debe ser puramente cristiana, Europa debe aceptar que sus raíces son cristianas, y en ese plan... Pero Europa es cristiana y griega y romana y pagana e ilustrada y atea y revolucionaria, y fue la dialéctica entre todo esto, aunque es cierto que teniendo como muro de contención en sus avances precisamente a la ortodoxia religiosa, lo que ha desembocado en nuestro sistema de libertades, en nuestra civilización. Demasiado complicado esto para asignarle un solo padre, un solo abanderado, una sola estrella que nos haya guiado en la historia.
Esta Navidad es la Natividad de un niño Dios, y del sol, y de la luz toda, y de la naturaleza, y del mismo ser humano que vence a la oscuridad exterior o interior; es de los cristianos y de los ateos y de los pasotas; es el impulso de renacer y crecer, es la esperanza representada por ese sol que se para en el cielo como pensando en morirse en las sombras y luego decide que no, que todavía merece la pena otra vuelta por la vida. Esta Navidad con pastores y bombillas, con renos y melaza, con Jesús y Osiris, con los Reyes Magos y Papá Noel, con árboles y canciones, con rezos apagados y ojos abiertos, con alegría y melancolía, con fe y duda. Esta Navidad ya es pura. Esta Navidad ya está ganada. Por todos. Feliz Navidad.
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