10 de julio de 2013

Ouroboros: Decadencia (09/07/2013)


La decadencia es que nos gobiernen con refranes, que nos lideren párvulos, que nos salve la gallina Caponata. Griñán siempre me pareció en el fondo un oficinista de la política, leve y sigiloso como un afinador de pianos, con esa tristeza como de bibliotecario que se les queda a los opositores. Pasó por despachos y responsabilidades diferentes sin mucho brillo ni negrura, y de repente lo hicieron presidente de la Junta por el parricidio político de Chaves. Escribió aquel discurso de investidura embrujado por la luna, o quizá se vio por una vez más allá de la sombra de los percheros, haciendo alta política, pudiendo cambiar el destino de una tierra. Pero luego nada de eso quedó. Por supuesto que ya lo sabía, pero se dio cuenta como nunca al tomar el PSOE andaluz igual que un pesado timón: las cosas funcionaban como funcionaban, el partido tenía sus asuntos, sus familias, sus comederos y sus esqueletos ya desde los 80, y él no iba a cambiar nada. Quizá no quiso nunca. Quizá no quererlo nunca fue su mayor traición. Aquí sólo se podía hacer politiquilla, ellos ganaban haciendo politiquilla, los andaluces premiaban la politiquilla. No hacía falta más. Una superficie de politiquilla y, debajo, el partido atendiendo a su poder eterno y a sus muchos hijos con hambre.

La decadencia son chusqueros encumbrados, cachorros de la sigla como sobrinos malvados de Tío Gilito, esbirros fieles, gente mediocre que no sabe nada del mundo real, que sólo ha chupado pasillo y teta del partido. La decadencia no es tanto una casta viviendo en el arzobispado de la politiquilla, sino la planificación y el entrenamiento de una nueva generación, aún más devaluada, para continuar esa politiquilla. Esta decadencia ya sería trágica sin la corrupción. Con ella, es mortal. Y con la crisis, apocalíptica. Pero eso nos ha regalado Griñán, ateniense que terminó en una especie de Golum que deja Andalucía políticamente repodrida entre la degeneración, la ineptitud y la bobería.

Susana Díaz no sabe nada, no dice nada. Pueden ver sus palabras estallando como pompitas de Nenuco dos segundos después de pronunciarlas. Obviedades, tópicos, pellizcos de recreo, eslóganes de teletienda (estos días he puesto muchos ejemplos). No es por su currículum de risa, ni porque parezca un pequeño girasol en la maceta del partido o en su función escolar; es por ese gran vacío o silencio de inteligencia que la rodea como una escafandra o una pecera. En el partido es lista como envenenadora y en su consejería le basta con cuatro latiguillos ante el micrófono. Pero imagínenla de presidenta, gobernando, decidiendo, planificando, conduciendo Andalucía con frases de la abeja Maya para los ciudadanos y frases de madrastra para la oposición. Y sin nada más dentro. La decadencia es que nos gobiernen con estribillos, que nos lideren intrigantes, que nos salve un farol de calabaza. Y creer que no pasa nada porque todo va a seguir igual. La decadencia es haber llegado hasta aquí y aún encogernos de hombros.

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