La
decadencia es que nos gobiernen con refranes, que nos lideren párvulos, que nos
salve la gallina Caponata. Griñán siempre me pareció en el fondo un oficinista
de la política, leve y sigiloso como un afinador de pianos, con esa tristeza como
de bibliotecario que se les queda a los opositores. Pasó por despachos y
responsabilidades diferentes sin mucho brillo ni negrura, y de repente lo
hicieron presidente de la Junta por el parricidio político de Chaves. Escribió
aquel discurso de investidura embrujado por la luna, o quizá se vio por una vez
más allá de la sombra de los percheros, haciendo alta política, pudiendo
cambiar el destino de una tierra. Pero luego nada de eso quedó. Por supuesto
que ya lo sabía, pero se dio cuenta como nunca al tomar el PSOE andaluz igual
que un pesado timón: las cosas funcionaban como funcionaban, el partido tenía
sus asuntos, sus familias, sus comederos y sus esqueletos ya desde los 80, y él
no iba a cambiar nada. Quizá no quiso nunca. Quizá no quererlo nunca fue su mayor
traición. Aquí sólo se podía hacer politiquilla, ellos ganaban haciendo
politiquilla, los andaluces premiaban la politiquilla. No hacía falta más. Una
superficie de politiquilla y, debajo, el partido atendiendo a su poder eterno y
a sus muchos hijos con hambre.
La
decadencia son chusqueros encumbrados, cachorros de la sigla como sobrinos
malvados de Tío Gilito, esbirros fieles, gente mediocre que no sabe nada del
mundo real, que sólo ha chupado pasillo y teta del partido. La decadencia no es
tanto una casta viviendo en el arzobispado de la politiquilla, sino la
planificación y el entrenamiento de una nueva generación, aún más devaluada, para
continuar esa politiquilla. Esta decadencia ya sería trágica sin la corrupción.
Con ella, es mortal. Y con la crisis, apocalíptica. Pero eso nos ha regalado
Griñán, ateniense que terminó en una especie de Golum que deja Andalucía políticamente
repodrida entre la degeneración, la ineptitud y la bobería.
Susana
Díaz no sabe nada, no dice nada. Pueden ver sus palabras estallando como
pompitas de Nenuco dos segundos después de pronunciarlas. Obviedades, tópicos, pellizcos
de recreo, eslóganes de teletienda (estos días he puesto muchos ejemplos). No
es por su currículum de risa, ni porque parezca un pequeño girasol en la maceta
del partido o en su función escolar; es por ese gran vacío o silencio de
inteligencia que la rodea como una escafandra o una pecera. En el partido es
lista como envenenadora y en su consejería le basta con cuatro latiguillos ante
el micrófono. Pero imagínenla de presidenta, gobernando, decidiendo,
planificando, conduciendo Andalucía con frases de la abeja Maya para los
ciudadanos y frases de madrastra para la oposición. Y sin nada más dentro. La
decadencia es que nos gobiernen con estribillos, que nos lideren intrigantes,
que nos salve un farol de calabaza. Y creer que no pasa nada porque todo va a
seguir igual. La decadencia es haber llegado hasta aquí y aún encogernos de
hombros.
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