Algo le ha pasado a esta izquierda: sus congresos parecen reuniones de la Cienciología. Hay gurús de la felicidad, adoradores de sus sonrisas y abluciones en la unanimidad, el aplauso y los himnos. Están entre la fe y un sovietismo que hacía que, en las pantallas gigantes, las caras de Pizarro o Chaves se confundieran con medallas de Mao, grandes como hélices. Una vez la izquierda fue peleona, inconformista. Montaba revoluciones, no centros de flores. Pero ésta otra es una izquierda celebrante, contenta de sí misma, que sólo parece disponer sus bodorrios y enseñar su cáliz entre rayos. Se ven en el paraíso de sus posaderas. Han traído el cielo definitivo y cantan su gloria borrachos de poder.
El Palacio de Congresos de Granada se había decorado con pegatinas y siluetas de mujeres que parecían los ángeles de Charlie. El PSOE andaluz sigue eligiendo una estética infantiloide igual que sigue jugando a la oca con sus eslóganes. El de este congreso, “Andalucía de más a más”, amenaza con dejar sin signos de suma a todas las calculadoras. Han llegado tantas veces al máximo que ya no tienen azoteas y se suben sobre sus propios hombros o asteriscos. Después de los primeros discursos, alguien se quejó en los pasillos de que estaba saliendo un congreso institucional, no orgánico; que aquello era el anuncio de un programa de gobierno, no un proyecto para el partido. Cierto. En el escenario, donde se diría que se iba a celebrar la Superbowl o algo de patinaje, se repetía la propaganda juntera de siempre: ellos que nos trajeron la modernidad como la rueda, ellos que han hecho felices a los andaluces en una eterna Navidad y nos han permitido “recuperar la autoestima como pueblo” (¿verá está gente Canal Sur?). Pizarro, que decía “selebración” y “presizamente”, se aplaudía con sus propias orejas recordando el triunfo del 9-M y aún aseguraba que el PSOE-A no era un partido “autocomplaciente”. Enganchado a sus sumas de nada con nada, tras la Segunda Modernización nos anunció “la consolidación de nuestros avances”, un “nuevo impulso” y otros advenimientos vertiginosos. A la eternización de su gobierno divino la llamaba “renovación de la alianza estratégica con los andaluces”. Un socialista bastante crítico llegó a comentarme: “Algunos creen que esto es el Partido de Dios”.
El Partido de Dios o al menos de sus querubines. “Portadores de los sueños”, llamó Leire Pajín a los socialistas. Definitivamente, esta gente se ha tomado la victoria como una pastilla de éxtasis. “Una Andalucía que pertenece al club de los más prósperos de Europa”, añadió luego. Quizá tanto signo más en los eslóganes ha hecho que miren las estadísticas multiplicándolas o tachándolas. Después, cuando Chaves sustituyó en el atril a Leire Pajín, se produjo una desconcertante desbandada en el auditorio. Pedí una explicación a los más críticos: “Es que Chaves huele ya a muerto”, me dijeron algo enigmáticamente. Desde luego, habló como su muerto o como su retrato de húsar, parado en la postura, en el repetido acicalamiento de sus bigotazos. También él mencionó la “alianza estratégica”, la “imbricación social” del PSOE aquí, la “identificación de los deseos de los andaluces con nuestro partido”. Sí, sonó tan espeluzantemente totalitario como parece. El PSOE andaluz es el espíritu hegeliano del pueblo. Esperé que tras esto entraran valkirias o tanques, pero el que llegó, luego, por la tarde, fue Zapatero, entoldado de sus zetas, precedido de guardia pretoriana (para estar donde el Príncipe de la Paz, primero te tienen que registrar los esfínteres). Zapatero, en Andalucía, aún parece el monaguillo de otro socialismo. Se puso misionero y grandilocuente, pero antes piropeó a su “amigo Manolo”: “Manuel Chaves representa el éxito de Andalucía”. Teniendo en cuenta que Chaves se cree Andalucía, lo mismo hasta es verdad.
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