El PSOE andaluz es un partido morrocotudo, pero sus congresos no escapan a esta descorazonadora infantilización de la política, una infantilización que quizá acompaña a la de toda la sociedad. Sentado en aquel Palacio de Congresos, que olía a globo, uno se sentía como el vigilante de un patio. Resultaba increíble que esos señores de calvas decanas y esas señoras de pomposo magisterio salieran con cucuruchos y bombachos a contarnos cuentitos y a saltar en caballitos de cartón. No es que trajeran demagogia o utopismo; era el abandono de cualquier tipo de sensatez, razonamiento, idea, dialéctica, por un mariposear sin peso, sin fondo, sin inteligencia. Estribillos de guardería, lógica churretosa, parrafadas enteras de ceritos y palotes, hombres del saco y hadas buenas, polvos mágicos y cuatro esquinitas que tiene nuestra cama con cuatro socialistas que nos la guardan. Políticos merengados, parvularios, meoncetes, haciendo de un congreso un anuncio de Nenuco con burbujitas en el culo.
¿Cómo cambió tanto la política? ¿Y cuándo cambió que no nos dimos cuenta? De la política con sotabarba a la política de andador, de aquellos oradores que iban ya con su cuadro puesto a los chusqueros con orejas de burro, de los estadistas con cara de billete a los diputados con cara de tragabolas, de los intelectuales con festón a los ignorantes con abededario de animalitos, de la política como arte a la política como meriendita. Yo los veía en Granada manotear, torpear, balbucear, insultar a la inteligencia, pisotear la razón y el lenguaje y el sentido común, chapotear en su indigencia mental, ensartar tontadas, amontonar cubitos, soltar flatos, dibujar fantasías, rodearse de peluches, meternos el dedo en la boca, tomarnos por imbéciles, y me preguntaba quién puede creerlos, cómo es posible que aún los crean.
Nos dirigen niños sin padre y sin colegio, peor que en El señor de las moscas. Tienen su altura y su idioma y su entendimiento y su maldad sin moral. Me di cuenta en Granada, donde todos se aplaudían como los chiquillos a Xuxa. Lo malo es que un mundo manejado por niños nos convertirá también a todos en niños. Quizá es eso lo que le está pasando a la ciudadanía andaluza. Derrocar a estos políticos, niños abusones y estúpidos que nos estupidizan. Pero, como en aquel largometraje de Chico Ibáñez Serrador, ¿quién puede matar a un niño? Y sin embargo, también en la película el infanticidio era el único camino para la supervivencia.
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