Sin gente, el Palacio de Congresos de Granada te hace creer que te has dormido dentro de los tubos de un órgano. Antes de la explosión búlgara de la tarde, se reunieron las comisiones como jugando al tenis de mesa. En alguna sólo había dos personas. No llamaba precisamente al apasionamiento el debate de enmiendas a la ponencia marco, que por cierto tiene algo de álbum para colorear o de cuento en el que hablan ardillitas: palabras e ideas de juguete. “Está todo el pescado vendido”, me dicen. De la ejecutiva, sólo quedan por conocer las secretarías más endebles, que se dilucidarán en una noche de timba. Por lo demás, las resoluciones serán un refrito de antiguas salmodias.
Hay en algunos círculos la impresión de que este Congreso es un paréntesis. Puede, me cuentan, que Zapatero, el viernes, por detrás de los halagos a Chaves, le trajera en realidad ese homenaje que se les hace a los desahuciados. Después de acabar con el hambre en el mundo, quizá Zapatero se coma a Chaves como a una vaca vieja. ¿El zapaterismo entrando aquí? ¿El chavismo desarmado con sonrisas? Habrá que verlo. Pero algunos hablan de una transición semejante a la de Extremadura. La jubilación o el desnucamiento de los barones regionales, como en un vals que les lleva a la tumba; el socialismo budista venciendo al socialismo cortijero. La frialdad del auditorio cuando Chaves se postuló como candidato a la secretaría general fue, desde luego, significativa. Aquello quedó como tras el restallido de un látigo. Alguien se atreve a vaticinarme cuándo será el próximo congreso: dos años, calcula. No sé, aún no leo en el vuelo de las águilas.
Pero, al menos de momento, no vimos ningún entierro. En hora de siesta, con los delegados a medio sentar, se anunció la única candidatura a la secretaría general, la de Chaves. Rodeaba el instante un ambiente de narcosis o convalecencia, ayudado por dos pantallas laterales en las que un scroll vertical rezaba, incansable, “+ bienestar + empleo + innovación…”, como poniéndoles, con los signos de suma un poco torcidos, tiritas a los problemas y esperanzas de Andalucía. Sólo al segundo intento de la presidenta de la mesa, se oyó un aplauso. Pesaba la digestión o pesaba la costumbre, como en los matrimonios de muchos años. No, Chaves ya no parece generar ilusión, sino fantasías de viuda negra con el arsénico.
Los delegados se fueron a votar como a sacar la basura. A alguno le pregunté con guasa para quién sería su voto, y se echó a reír. Creo que hasta ellos se dan cuenta de la ridiculez, de la burla que suponen estas votaciones de paripé y esta falsa democracia bucanera. Con voz de Eurovisión, la mesa dio los resultados, tan búlgaros como se esperaban: 97’1% para Chaves, 2’9% en blanco. No, no se vieron entierros, sino a Chaves en otra entrada victoriosa, cesariona. Subió las escaleras hacia el atril igual que las mises. Dio las gracias hasta a los que habían votado en blanco, anunció años difíciles por “los efectos de la crisis económica” (ya dicen crisis) y prometió “salir con velocidad de crucero” hacia la “convergencia real” con las regiones más avanzadas de Europa. Eso sí, adelantó que la malísima oposición haría todo lo posible para fastidiar a Andalucía y que, por ello, lo tendrían que hacer “solos, con la compañía de la ciudadanía (¿?)”. Prometió “honestidad” y defender los “principios y valores” del partido. La nada siempre tiene las mismas palabras. El aplauso final se fundió con el himno del PSOE de Andalucía, que es igual que el nacional pero aflamencado con guitarritas, y que parece la música de un anuncio de aceitunas rellenas. Los dictámenes de las comisiones, luego, eran como los avisos de los trenes en las estaciones. La gente, fuera, ya quedaba para irse de copas. Más de lo mismo, al menos hasta que Zapatero llegue con la guadaña. Si llega. El vuelo de las águilas todavía no dice nada.
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