Velasco, que es la prueba de que la revolución es un camelo, apareció con galones a medio pegar y le puso al evento acento histórico, hito fundador y triunfo de democracia asamblearia. Con su aire habitual de bailar chotis, se dejó caer con la humorada de que el PSOE “no es el partido del dedazo”. Pero fue un dedazo el que sacó a Chaves de la Junta, otro el que puso a Griñán como heredero y otro el que le dará a Velasco poder sobre un aparato donde, por salvar el alpiste, ahora resulta que no sólo son todos fieles griñanistas, sino que además siempre lo fueron. Ha sido un dedo el que ha movido la misma unanimidad pajarera de estos congresos desde Chaves hasta Griñán y, en fin, será un dedo el que purgue, maquille o reconduzca a este PSOE en su voladizo.
Pero debía parecer un congreso histórico, salvador y orogénico. Por eso llevaron a las viejas glorias a enseñar la osamenta y a firmar postales. Allí estuvieron Escuredo y Borbolla, que aún tienen ese otro estilo a lo Alfonso Guerra y pueden decir que la derecha “es vieja como cagar en el campo” o hablar de “una crisis de cojones”. Tenían que llevarlos para que se viera el antes y el después como los milagros de los gordos, para que tuviera sentido ese vídeo que nos pusieron en el que los jornaleros se convertían en ingenieros atómicos y las alpargatas en aerogeneradores. No faltó en el revival ni Felipe González, que participó junto a Cándido Méndez en un debatillo moderado o aventado por una María Antonia Iglesias “ciega de pasión”, como dijo ella. Felipe y María Antonia, juntos, daban miedo como un museo de cera.
Cuando Chaves subió a hacer balance épico de su era, se le saltaron las lágrimas. Era como un Papa que necesitaba muchas décadas y muchos desfiles para morirse y dejaba en la despedida monjas desvanecidas. Pero todavía fue capaz de la última pirueta, afirmando que el cambio de dinastía y de caballo ya estaba pensado y que Zapatero sólo se le había adelantado un poco. Dejó largos y sentidos agradecimientos como en los Oscar y recogió su hatillo uniéndose, igual que dos cowboys que se alejan, a Luis Pizarro, al que también todos habían ido dándole las gracias como enrollándolo en la mortaja.
Griñán presentó su candidatura única con querencias de primogénito, recuerdos de partiditas de mus, derechona malvada, llamamientos a la unidad y futuros twiteros. La tarde, luego, se rellenó de comisiones con sombras, ministros y consejeros de la Junta repensándose el mundo como desde su peluquería, quizá para disimular tanto olor a difunto. Por fin, Griñán fue proclamado Secretario General con el oleaje de siempre. La verdad, Griñán seguía pareciendo indistinguible de Chaves y ya no sabíamos quiénes eran los vivos y quiénes los fantasmas
Foto: Carlos Márquez
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