4 de marzo de 2010

Especial 28-F: Remedos románticos y mentiras (28/02/2010)

Andalucía era cartelería, novelilla, bandoleros y toreros con la sangre enfajada (el bandolero es un torero con trabuco), mozas que aún tenían pies y niños egipcios, tierra donde la luna escondía sus minas. A ojos de aquellos viajeros del XIX, Andalucía era la pasión, y además una pasión diferente, primitiva, distante de la de aquella Europa; una pasión que el Romanticismo, invirtiendo el espíritu ilustrado, convertía en encanto, pureza, exotismo, aventura, estética. Aquí se suele hablar mucho de cierto barroco fundador, pero el casticismo andaluz es una idea netamente romántica: es la victoria de la sensación y el sentimiento sobre todo lo demás. Y esta idea todavía sobrevive, todavía nos identifica. Basta ver los anuncios turísticos en Canal Sur (“déjate llevar por las sensaciones...”). Creo que si esta idea de Andalucía ha triunfado ha sido porque convierte en positivo, en seductor, en heroico, algo que desde otro tipo de pensamiento (ilustrado, positivista, economicista o incluso ético) sólo podría ser oscuro, mediocre, triste o fallido. Pero el romanticismo transforma las taras en belleza igual que transformaba las tumbas en alcobas y a los suicidas en estatuas.

Con ese brebaje de alegría y tragedia, de besos y navajas, de placer y dolor, de gracia y rapto, de frivolidad y tremendismo con el que nos hemos emborrachado y en el que nos gustamos, se fueron haciendo los teatrillos de los Álvarez Quintero, los dramas de Lorca, el ambiente de los tablaos y las películas de Estrellita Castro, hasta terminar en Canal Sur. El andaluz pobre y feliz, hambriento y risueño, ignorante y salado, ahíto de las sensaciones de sus carnes abiertas, de sus sopas de vino y cebolla, está igual en Morena clara que en la tarde de Juan y Medio o en la sonrisa de Roberto Sánchez Benítez cuando espanta la crisis con gazpachos o exclamando “con este sol y esta alegría...”. El andaluz arrebatado, predestinado, condenado, está igual en Bodas de sangre o en la Carmen de Mérimée que en los personajes de apuñalamiento, venganza o fracaso que entrevista Jesús Quintero o Andalucía directo con cada asesinato o cada ventisca. Eso sí, está ya sólo como amaneramiento, como vicio y como ganancia. Es lo único que ha cambiado la televisión.

La televisión ha sustituido al folletín, al café cantante y a Cifesa a la hora de definirnos en las mismas llagas y los mismos cascabeles de siempre. Ese topiquismo no era del todo verdad ni mentira en el XIX, en los 50 ni ahora; lo que sí parece muy real es su necesidad, la necesidad de ese ideal romántico, consolador, enardecedor, que tiene este pueblo que ha carecido de casi todo. Canal Sur es involutivo, antiguo, decadente, ufano, pero no se limita a recoger esa necesidad, esa herencia más o menos deformada, sino que la utiliza, retuerce y agiganta para sus intereses. Y, hoy, en la televisión pública, de aquí o de Madrid, esos intereses son uno solo: la servidumbre al poder político. Así, ese ideal romántico de Andalucía es usado por Canal Sur como adulación, como conformismo, como huida, como distracción. Al pueblo se le atiborra de sus fiestas, sus santos con encaje, sus musiquillas de patio, sus toros con Cristo, su risa a boca llena; se le convence de que es feliz sin que le haga falta más, y ésa ya es una victoria de los que mandan, además de llevarlos en recua hacia los noticiarios donde la política de nuestros gobernantes se percibirá como otra eternidad, otra identidad, otra verdad enraizada en la tierra y los corazones de Andalucía.

La copla o los chistosos no son perversos en sí. Son perversos si son lo único o lo máximo. Alentando y glorificando el arte sin escuela, el talento barato, la gracia del analfabeto; encumbrando a todos esos sevillanistas agambados, esos graciosos de cucharón o esas nuevas tonadilleras rezurcidas, lo que se hace es derrocar el verdadero arte, la verdadera excelencia, y desalentar y desengañar al pueblo de querer ser otra cosa, de ir más allá. Nada tan dócil como un pueblo ignorante y satisfecho de ello como de sus cocidos. Esto lo saben Canal Sur y sus dueños, e, incluso, para que nadie se quede fuera de ese ideal del andaluz feliz, amacetado y “auténtico”, se vulgariza todo lo posible. Así, desde Estrellita Castro hasta Las Carlotas o María del Monte, aún se diría que hemos retrocedido.

Canal Sur conlleva, además, una fundamental contradicción: a la vez que nos regresa a la cretona y nos acuna sentimentalmente en el tópico reconfortante, el discurso político le obliga a que Andalucía parezca hipermoderna y vanguardista. Así, sus programas nos sacan guiñoles aviónicos, ciencia abombada y vahídos de astronauta que en realidad no hay o que son anécdota en esta tierra pobre y agropecuaria; así, nos hacen sostenibles en las nubes que nos aplastan, sabios en las escuelas donde fracasan nuestros chiquillos o victoriosos en derechos para los que no hay dinero. Andalucía, pues, a la vez coplera y cosmonauta, inventora y caballista, chistosa y grave, ignorante y catedrática, revolucionaria y beata, ecologista y verbenera. Esa Andalucía imposible, esa Andalucía inventada. Remedos románticos con mentiras de modernidad, y todo sirviendo a la política: ésa es la imagen de Andalucía que da nuestra televisión. Después de todo, aquella Andalucía que era rosal de sangre y gitanería de la luna quizá no engañaba con tanta y malvada intención como ésta.

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