
El fútbol es el sucedáneo de la guerra y es la última escuela de héroes. A veces hace esculturas de un segundo, puentes colgantes para que pase un solo soldado y vidrieras para que las rompa una sola paloma; a veces roba arte o ingeniería de la mesa del Gran Arquitecto y crea con sus triángulos y rectas de colores composiciones de Kandinsky o jardines con laberinto de los que se escapa bailando un aristócrata o un arpista. A veces, también, se embarra de fanáticos y alcoholizados, chulazos y mesías, taberneros y posturitas. Uno estaba decepcionado o asqueado del fútbol, pero luego llegan Xavi, Iniesta, Messi, o hasta Guti, y te hacen de nuevo religioso. En esta política nuestra aún estamos esperando el genio que nos devuelva el domingo a su templo, el ruido a su música y la inteligencia a su podio. Cuando Zapatero, en medio de la crisis y de la lluvia de almohadillas, metió a melenitas sin toque y a vendedores de colonias y se quedó sin centro del campo, nos dimos cuenta de que el genio no iba a ser él, aunque hablara como los entrenadores argentinos, con dulzura, filosofía y retruécanos. Cuando Griñán viene a salvar al club del descenso pero pone de delanteros a los masajistas, de medio volante a un hijo y de centrales a los viejos mastuerzos, nos hemos dado cuenta de que tampoco va a ser él el que traiga la gloria y la revolución. Dejar a Pizarro o recuperar a Paulino Plata es como alinear a Goicoetxea o fichar a Julio Alberto. Hacer un gobierno equilibrando las provincias es como mantener en el equipo las jerarquías de vestuario, no para que haya juego, sino para no encontrarse con un motín de capitanes. Si esperábamos galácticos y artistas delineantes, nos han dado rompepiernas y catenaccio. Si quedaba una esperanza de volver a primera división, Griñán se la ha cargado haciendo de su gobierno algo así como esa eternidad en el ahogamiento y la melancolía que define a mi querido Cádiz. Me voy a leer esta historia del fútbol profusa y como griega que ha escrito mi colega por pensar que, al menos ahí, el talento y la magia aún ganan a la mediocridad y a la marrullería. En nuestra política, ya vemos que no hay fuelle ni cerebro para que ocurra algo así.
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