El fútbol es el sucedáneo de la guerra y es la última escuela de héroes. A veces hace esculturas de un segundo, puentes colgantes para que pase un solo soldado y vidrieras para que las rompa una sola paloma; a veces roba arte o ingeniería de la mesa del Gran Arquitecto y crea con sus triángulos y rectas de colores composiciones de Kandinsky o jardines con laberinto de los que se escapa bailando un aristócrata o un arpista. A veces, también, se embarra de fanáticos y alcoholizados, chulazos y mesías, taberneros y posturitas. Uno estaba decepcionado o asqueado del fútbol, pero luego llegan Xavi, Iniesta, Messi, o hasta Guti, y te hacen de nuevo religioso. En esta política nuestra aún estamos esperando el genio que nos devuelva el domingo a su templo, el ruido a su música y la inteligencia a su podio. Cuando Zapatero, en medio de la crisis y de la lluvia de almohadillas, metió a melenitas sin toque y a vendedores de colonias y se quedó sin centro del campo, nos dimos cuenta de que el genio no iba a ser él, aunque hablara como los entrenadores argentinos, con dulzura, filosofía y retruécanos. Cuando Griñán viene a salvar al club del descenso pero pone de delanteros a los masajistas, de medio volante a un hijo y de centrales a los viejos mastuerzos, nos hemos dado cuenta de que tampoco va a ser él el que traiga la gloria y la revolución. Dejar a Pizarro o recuperar a Paulino Plata es como alinear a Goicoetxea o fichar a Julio Alberto. Hacer un gobierno equilibrando las provincias es como mantener en el equipo las jerarquías de vestuario, no para que haya juego, sino para no encontrarse con un motín de capitanes. Si esperábamos galácticos y artistas delineantes, nos han dado rompepiernas y catenaccio. Si quedaba una esperanza de volver a primera división, Griñán se la ha cargado haciendo de su gobierno algo así como esa eternidad en el ahogamiento y la melancolía que define a mi querido Cádiz. Me voy a leer esta historia del fútbol profusa y como griega que ha escrito mi colega por pensar que, al menos ahí, el talento y la magia aún ganan a la mediocridad y a la marrullería. En nuestra política, ya vemos que no hay fuelle ni cerebro para que ocurra algo así.
25 de marzo de 2010
Los días persiguiéndose: La política es así (25/03/2010)
Viendo al nuevo gobierno de Griñán en fila, con aire de pequeña gloria copera, pienso que lo que parece es un equipo de fútbol de pueblo, de ésos patrocinados por empresas de grúas, de ésos que visitan al párroco con trajecito de domingo después de jugar en polígonos o regadíos. Quizá es porque tengo sobre la mesa la Historia del fútbol que me acaba de enviar mi amigo y colega Juan Antonio Bueno Álvarez, Biblia del deporte rey que han escrito él y Miguel Ángel Mateo y que va desde Homero hasta los calzoncillos de Cristiano Ronaldo, deteniéndose ante cada gol como en una pinacoteca. Están en la portada Pelé, Maradona, Cruyff, Di Stefano, como dioses de la geometría y de los cropanes, todos esos hombres que componían cantatas con los pies y mandaban sobre el balón como sobre halcones. A su lado, el equipo de Griñán desplegado en el periódico se me aparece como una alineación de tuercebotas, leñeros y trotones. Lejos de la “excelencia” que tanto ha pregonado Griñán, son ese equipo que lucha por la permanencia armado con lo que tienen: viejos cabecillas de vestuario y jóvenes ascendidos por sus patadas (no aprendieron de los mayores otra cosa), todos muy conscientes de su rango cuartelero. Más fidelidad que talento, más cicatrices que imaginación, más galones ganados en las duchas que genio descarado en el terreno de juego. Como el fútbol, quizá la política, simplemente, también “es así”.
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