4 de marzo de 2010

Los días persiguiéndose: Funeral (4/03/2010)

Me dormí en los discursos como en los entierros. Al fin y al cabo, se trata un poco de regalarle la medalla a un muerto, de grabar una flor en un nicho y de ser todos viuditas de perla y urna para un soldado metafórico, sentimental, un poco hijo como todos los maridos, que se nos fue o se nos perdió. Me refiero a esto de Andalucía, su día, su foto, sus herederos, su infancia, esa biografía de padre o mejor de madre que se recuerda en un entierro con coro de pájaros y encajes de caoba. Sí, a mí me parecía un entierro, por lo callado del homenajeado, por lo quieto de su sueño, por las novias que le salían, por la ceniza con la que blanqueaban las fachadas. Una fecha y un martirio pueden fundar cualquier cosa, las patrias que ganaron su nombre o el pueblo que se casó con él mismo, tumultuosamente, en la calle, como esa bodas de miles que hacen por Japón o por ahí, que parece que a nadie le importa en realidad el novio que le toca. O sea, que no necesitamos hacer nada ni llegar a nada, Andalucía se cumple automáticamente cada año siendo su propia fiesta. Celebrar el “ser” tiene la ventaja de que siempre se “es” algo, en este caso autonomía, multitud, memoria o melancolía. Celebrar el conseguir, el superar, el avanzar, el conquistar, requiere otra valentía y otro mérito. Ese celebrar el “ser” sin más oficio es lo que me parece en el fondo un funeral, porque sólo el muerto es para siempre lo mismo, sólo el muerto ha renunciado ya a toda ambición, sólo el muerto tiene esa paciencia.

Así que Andalucía “es” y eso se conmemora con una felicidad en la que no pasa nada, ni siquiera un acontecimiento verdaderamente feliz. Nuestros gobernantes hacían discursos ontológicos y marmóreos mientras el muerto de Andalucía era llevado por caballos y jardines en su día. El muerto se arrojaba a una fuente, se metía en un piano, se pintaba un nuevo retrato, se enceraba sus uñas, se aburría en su trono, se pudría en su majestad, y a mí todo eso me daba sueño y frío como un paisaje de niebla. Fuensanta Coves parecía hablar de los que pintarrajean o revientan las tumbas, de los que quieren despertar al muerto, esos profanadores que dudan de la santidad, la eternidad y el sueño de la cosa, la autonomía, la política, el largo entierro que ellos ofician con tanto respeto. Los muertos están bien como están, creo que quería decir. Ya tienen sus usufructuarios y sus limosneros, ya tienen su museo y sus vigilantes. El muerto quejándose les estropea toda la ceremonia y además da susto. Según Coves, la democracia, la libertad y el espíritu crítico deben de acompañar a Andalucía muriéndose también como sus esclavos egipcios. Un silencio apacible y repugnante de huesos en un altar es lo que a ellos les gusta. Creo que el Parlamento que ella lleva es eso, una cajita de huesos. Lo que dijo justifica aún más la rebeldía y las ganas de una resurrección que los espante como a palomas o coyotes. Griñán, por su parte, doró al muerto en sus óleos de treinta años y aún habló de “confianza”. Parecía que sólo propagaba su lepra.

Sí, me dormían y hastiaban tantas diademas para los muertos y tanta alegría que les da a ellos estar habitados por un hondo hormiguero. A mí el muerto, Andalucía, me sigue dando más pena y rabia cuando lo pasean y menean como un pendón. Yo creo que lo que se hace cada 28-F es destaparlo y volverlo a asesinar ante un pueblo al que confortan esas supersticiones. Era un funeral que ni consolaba ni devolvía a un padre o a un héroe. Diría que durante todo el día llovió tristemente sobre Andalucía como sobre sus huérfanos y cementerios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://andasulia.blogspot.com/ Estoy totalmente de acuerdo con usted. Saludos

La voz dijo...

Por cierto