
A estas elecciones le han puesto el nombre de todos los cataclismos: Diluvio Universal, tsunami, terremoto, tormenta perfecta, Día del Juicio. El PSOE se ha quedado con Extremadura por los pelos, con Cuenca y con poco más. Y en Andalucía ya se ha visto que el sol no se precipita al mar si gana el PP. Nos fascinan las grandes caídas, los escarmientos peliculeros, los 5 a 0 al equipo matón y sobrado. La paliza ha enterrado hasta el ambiente revolucionario de estos días, cuando volvía a seducirnos la juventud con flores en el pelo que abría las jaulas de los pájaros y daba sartenazos a la partitocracia. La imagen grogui del PSOE, su sangre de Ecce Homo, el morbo del ahorcado, han apartado del foco, de momento, a la spanish revolution, pero estoy seguro de que el 15-M no ha terminado aquí. Cuando la gente se canse de mirar al muerto, volverá a caer en la cuenta de que algo fundamental falla en este sistema. Y esos infiernillos de las plazas son lo único, ahora mismo, que puede empujar a los partidos, con el tiempo, a un cambio profundo y necesario de nuestra democracia. Los que saludan ahora en los balcones con cara de aviador regresado han triunfado, sí, pero aunque llamen histórica a esta tunda, sigo pensando que un día la Historia recordará más esas acampadas indignadas que esta vuelta de la tortilla partitocrática. Lo creo, o no sé si solamente lo deseo.
Entre el morbo, la revancha y la esperanza, las conclusiones que yo saco tras estas elecciones son que tenemos un Gobierno que las urnas han repudiado, que debería haber elecciones generales cuanto antes porque creo que así lo quiere el pueblo, que en Andalucía los votos le han dicho a Griñán que no es nadie y que su Imperio eterno está a punto de caer, que el PSOE (en toda España pero aquí sobre todo) necesita repensarse y que el país todavía pide algo más que un cambio de color en los mapas. Miremos al muerto sólo un poco más, recreándonos o lamentándonos, pero luego habrá que ponerse manos a la obra. Y a ver qué hacemos entonces...
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