
Ahora los niños salen comisionistas, que así es cómo se llega más pronto al dinero, sin tener que levantar ninguna piedra ni hacerle un plano o una siembra. Hasta hijos de supuestos socialistas pueden decantarse por ese oficio que no produce ni cosecha nada, sólo rebaña, y que es la sublimación del capitalismo. ¿Y de dónde se puede rebañar ahora, mejor que de ninguna otra parte? Pues de ese dinero que no termina de ser de nadie, del que siempre hay, que no duele si se malgasta y que aún se puede repartir con suficiente arbitrariedad, o sea, el dinero público. La Administración, ahí es donde están los negocios. Ahí todos acaban contentos, unos con su contrato y otros con su mordida, su comisión a cuenta de un dinero que el dueño (el pueblo) no va a mirar, por el que no va a protestar porque, sencillamente, el pueblo no se entera de qué se hace con él. Es facilísimo. Sólo hace falta pillería, estómago y conocer a la gente y los conductos adecuados para que el dinero venga solo. En este honrado oficio anda el hijo de Chaves, apañando negocios con una Administración en la que su padre era poco menos que Dios. El hijo de Chaves tiene el oficio de su apellido y eso le hacía infalible, dicen. Siempre conseguía su objetivo. Siempre llegaba el contrato. Y siempre rebañaba dinero. Me imagino a esos padres currantes con hijo aparejador o abogadillo, y esa orla de su promoción en el salón para enseñar a las visitas, esa orla a la que en las casas humildes casi se le reza. Intento ver a Chaves en ese papel: “Mira mi hijo, mira dónde ha llegado. No me arrepiento de los sacrificios que hicimos durante la universidad, ni del tiempo que lo pasó mal, aquí en casa hasta los 30, mientras encontraba trabajo. Míralo ahora: es conseguidor, comisionista de negocios con la Administración en la que yo mandaba o todavía mando”. Qué orgullo de padre debe de sentir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario