18 de mayo de 2011

Los días persiguiéndose: Orgullo de padre (12/04/2011)

Ahora los niños salen comisionistas como antes salían aparejadores. Lo del hijo aparejador vestía mucho en las casas humildes porque era una aristocratización del albañil sin llegar al engolamiento del arquitecto, que siempre parece más un pianista de los puentes y las fachadas que el técnico que los dibuja y levanta. El aparejador no dejaba de ser un obrero con instrumentos más delicados, que cogía las vigas así como con pinzas, y eso gustaba al padre currante porque el hijo lo había superado y seguido a la vez. En esas familias humildes también vestía mucho el hijo abogado laboralista, con conciencia de clase y un poco de olor a los tipógrafos que representaba. Antes había oficios que aún tenían que ver con las cosas que tocaban, el cemento o el obreraje o hasta la injusticia. Ahora lo que se lleva es el oficio del negocio, que no es lo mismo que el negocio de un oficio. O sea, el oficio del dinero puro, del dinero como único material. El dinero se saca de otro dinero, se vende y se compra con otro dinero, se acuerda con otros dineros y se mueve sin carbonilla ni peso que diga de qué mina ni almacén viene. Ésos son los oficios que triunfan ahora, brokers, intermediarios, comisionistas, conseguidores, celestinos del dinero que se dedican a encamar unos millones con otros llevándose un pico en ese momento en que están en mitad de su salto del tigre. Toda esta crisis financiera vino de olvidar que el dinero tenía su comienzo en las cosas, en los productos, en manos que extraen o fabrican y en cacharros apilados en algún sitio. El capitalismo se cegó creyendo que el dinero bastaba para hacer más dinero, sin más que papel por el medio. Eso es especular, apostar al dinero vacío. Hasta que esa bola de papel nos aplastó.

Ahora los niños salen comisionistas, que así es cómo se llega más pronto al dinero, sin tener que levantar ninguna piedra ni hacerle un plano o una siembra. Hasta hijos de supuestos socialistas pueden decantarse por ese oficio que no produce ni cosecha nada, sólo rebaña, y que es la sublimación del capitalismo. ¿Y de dónde se puede rebañar ahora, mejor que de ninguna otra parte? Pues de ese dinero que no termina de ser de nadie, del que siempre hay, que no duele si se malgasta y que aún se puede repartir con suficiente arbitrariedad, o sea, el dinero público. La Administración, ahí es donde están los negocios. Ahí todos acaban contentos, unos con su contrato y otros con su mordida, su comisión a cuenta de un dinero que el dueño (el pueblo) no va a mirar, por el que no va a protestar porque, sencillamente, el pueblo no se entera de qué se hace con él. Es facilísimo. Sólo hace falta pillería, estómago y conocer a la gente y los conductos adecuados para que el dinero venga solo. En este honrado oficio anda el hijo de Chaves, apañando negocios con una Administración en la que su padre era poco menos que Dios. El hijo de Chaves tiene el oficio de su apellido y eso le hacía infalible, dicen. Siempre conseguía su objetivo. Siempre llegaba el contrato. Y siempre rebañaba dinero. Me imagino a esos padres currantes con hijo aparejador o abogadillo, y esa orla de su promoción en el salón para enseñar a las visitas, esa orla a la que en las casas humildes casi se le reza. Intento ver a Chaves en ese papel: “Mira mi hijo, mira dónde ha llegado. No me arrepiento de los sacrificios que hicimos durante la universidad, ni del tiempo que lo pasó mal, aquí en casa hasta los 30, mientras encontraba trabajo. Míralo ahora: es conseguidor, comisionista de negocios con la Administración en la que yo mandaba o todavía mando”. Qué orgullo de padre debe de sentir.

No hay comentarios: