18 de mayo de 2011

Los días persiguiéndose: Las bodas tristes (3/05/2011)

Huyen pequeñas novias por la calle, pero no son novias. Una novia que huye por la calle es como un ala que vuela sin pájaro o un pájaro que se va poniendo o quitando las alas, no sabemos. La novia es la última ala de niña que queda en la mujer, así que ninguna novia está tan hermosa como cuando sale corriendo del novio, del matrimionio, del organista, de los suegros, quitándose o recuperando la niñez para ser libre, mujer lanzando su jaula abierta por las ventanas de las catedrales y los juzgados. Pero me lo he imaginado todo: no son novias que se salvan, sino niñas de comunión, porque antes de que se casen con un guardiamarina o con un oficinista se tienen que casar con Dios, que colecciona novias chiquitas como tirabuzones. Son sólo niñas, y tampoco huyen, sino que van dóciles como a su matrimonio de merengue, con otros niños que ensayan su primer casamiento con las nubes.

Día del trabajo, día de los parados, día en que el desempleo desbordó sus tazones, pero yo sólo veía niños que se casaban con las flores de las iglesias y las abejas del cielo y le daban un beso de nácar a Jesusito. El país no está para nada, salvo para bodas o sus miniaturas; el país está parado salvo para matrimoniar por las calles o por la imaginación. Lo que parecen estas comuniones es una gran boda hindú, lo que parece mayo es una novia que se ata cintas en un prado, lo que parece España es una pareja que se tira la vajilla a la cabeza en un barullo de parientes y gorrones y muertos de hambre. No sé si los parados se casan o se suicidan directamente en la cama con sopa de pollo. Pero por la calle los sindicatos no han hecho estos días más ruido que los lirios sobre los regazos y que los guantes blanquísimos entrando en las melenas como en un arpa destensada. Se casan los niños sin saber qué es eso, se casan por ahí las princesas con jinetes descabalgados o muñequitos de tarta, dándose en los balcones los besos de los chiquillos o de los jilgueros, besos sin pecado, porque la monarquía tiene mucho de infantilismo, es un mundo donde no existen el sexo ni el mal, como en Barrio Sésamo. También Juan Pablo II llega a beato y sólo parece que se casó con sus cardenales después de muerto, muy maquillado. Hasta en Andalucía nos casamos ahora con nuestro vino y nuestros ídolos, ferias y romerías como bodas de Caná, en las que los dioses cristianos y los faunos se ayudan para llenar las copas y mojar los labios y los pies de las muchachas. En este mayo, altar de juncos, traen anillos los pájaros y coronas las fuentes, el sol se baja de su bicicleta como de una carroza para santificar brazos desnudos y frentes vírgenes, los curas anudan amantes o novicios de la primavera y la fiesta machaca margaritas para beberlas. Pero son bodas tristes, como en aquella novela de Marcelo Soto.

Bodas tristes, gente vestida de papel y el día como una campana rajada mientras los parados se comulgan su mano seca y vacía y sus colchones matrimoniales se dan la vuelta para que los empape por la noche una nueva miseria fresca. Los parados ya no caben en las cestas de esta primavera maldita, primavera de espinas y ardillas muertas, contra la que no pueden ni estas ceremonias de luz, de carne, de seda y de mentiras. Huyen o se atrapan pequeñas novias por la calle, soldaditos llevan a sus esposas al tálamo empujadas por lanceros, mayo se quita lascivamente las medias y corre el vino por las papadas. Pero esta primavera sin gozo sangra en silencio negando la fiesta inventada y obscena del mundo.

No hay comentarios: