
Gran final. La copla se termina y se lleva a Pive Amador disfrazado de Martirio, un montón de culos con visillos, unas peleas como de lavanderas y toda esa zarzuela de ser andaluz que recuperaron del ataúd de la abuela. El sábado fue la gran final, llena de histerismo y gloria cateta. Lo malo no es la copla en sí, sino que un pueblo encerrado en el sarcófago de su folclorismo no ve ni busca ni aspira a más. Y esta satisfacción de un pueblo en su eternidad y su estatismo no se limita a esa musiquilla que es la copla, sino que lo impregna y lo estanca todo. Esa contemplación casi medieval, teológica, inamovible de lo que somos, y que podría reivindicar aquel venerable Jorge de El nombre de la rosa, no se queda en la copla ni en el flamenquito, ni en las juergas ni en la Semana Santa, se convierte en carácter ante la vida, en una pereza y en una renuncia a todo lo demás, a lo grande, lo maravilloso, lo prometedor que hay más allá de nuestras pequeñeces y chovinismos. Lo malo de este programa, de tantos otros de Canal Sur y de todo ese guión que alguien escribió ya para el andaluz, no es que haga daño a los oídos o a los ojos, sino que nos deje un alma tan pequeña, tan contrahecha, tan limitada, tan ya establecida y obligatoria. Al programa le han querido meter puñaladas y ternura, juventud y plazoleta, han puesto de animadores a personajes algo ridículos como Pive Amador, que es como un duro de cocinilla, o Eva González, que hace como de hada madrina o Julie Andrews de toda esa pobreza de espíritu y esa alegría de hacer la cama canturreando. Pero tras esa pretendida competición por la gloria y las raíces lo que yo veo es la decadencia y la derrota de un pueblo contemplativo, parado, empequeñecido, que vive como en la isla de su propia peana, al que han atado a una noria de siglos, incapaz de más héroes, esperanzas, objetivos y éxitos que el hacer de sus limpiabotas cantantes llevados a hombros por la verbena de los pueblos. Tras varias ediciones de Se llama copla, yo sigo pensando, cada vez que lo veo, que es algo así como si siguiéramos cantando felices y orgullosos después de que alguien nos hubiera sacado, hace mucho tiempo, los ojos.
Barroco. Nos van a sobredorar de barroco esta semana... Esos amantes de las cantatas de Bach llenando las calles, esas cofradías que se pelean por si es mejor Vivaldi o Telemann... ¿Será el barroco, o será otra cosa? De momento, en 75 minutos vimos a Toñi Moreno metida a costalera, pasos de juguete con un caja vacía en lo alto sacados por ancianos y hasta horripilantes altares caseros a los que habían añadido una muñeca Nancy gigante, como el exvoto de un loco... El barroco, nos dirá Canal Sur entre sus catequesis (son tan piadosos estos progres laicos de aquí). O quizá sólo paseíllos de vanidades, religión de la sangre sobre el oro, y todo el jaleo que forma una gente que en realidad no tiene dios por hacerse uno con tablones, cortinas y coágulos.
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