18 de mayo de 2011

Los días persiguiéndose: Encantamiento del Viernes Santo (26/04/2011)












No fue el Encantamiento del Viernes Santo, la primavera sobre la pradera y las lágrimas de rocío de los pecadores en las flores, como en el tercer acto del Parsifal de Wagner. En Andalucía sólo llovió, no como si brindaran los ángeles, sino simplemente como si lloraran las farolas y los toldos; sólo llovió como llueve para los taxis, no porque las almas estuvieran recién tendidas allá en lo alto. Wagner puso en esta parte de su grandiosa ópera una música de belleza y esperanza, la de la salvación, la de la paz que encuentra Parsifal al final de su largo camino, que es el camino errante del hombre. Wagner es toda una religión, aún más en Parsifal, pero tampoco se ponen de acuerdo los estudiosos sobre si ese furor crístico de Wagner es cristianismo o algo diferente o incluso contrario. El oficio sagrado con el Santo Grial que aparece en esa ópera es en cierta manera una antieucaristía: en Montsalvat, el Cáliz convierte la sangre de Cristo en alimento para los Caballeros del Grial, mientras que en la Eucaristía ocurre al revés. Quizá nos quería decir Wagner que el cristianismo se había entendido también al revés, no sé. Yo vi esta ópera hace poco, en el Liceo de Barcelona, con un elenco notable aunque un tenor un poco justito y una escenografía brillante y atrevida. Toda la ópera transcurría como en un sanatorio de entreguerras que giraba de escena en escena, y así parecía que aquello era una locura circular vivida por mentes atormentadas. Y si la salvación fuera una alucinación, y si la esperanza fuera una enfermedad...

El Encantamiento del Viernes Santo, la salvación en una acuarela con música que esperamos y no llega... Aquí llovió, fue un paréntesis para los dioses y para los políticos, que se quedaron ateridos en sus cuevas mientras el pueblo miraba apagarse todas las velas del mundo. La maldición que Kundry le lanza a Parsifal para que no encuentre su camino y vague perdido me parece semejante a la que sufre Andalucía, igual de perdida, agotada y burlada. Parsifal consigue la salvación a través de la compasión, su compasión por Amfortas, por su sufrimiento, ése es el tema de toda la ópera. Amfortas sufre por una herida que sólo la lanza sagrada que la produjo puede curar. Igual, Andalucía sufre por una herida que sólo ella misma puede sanar, volviendo a recuperar su voluntad, su fe, que es como la lanza sagrada que también le arrebató un malvado hace mucho. Es el inocente que llega a conocer la compasión, Parsifal, el héroe que consigue devolver esa lanza, esa fe. Pero aquí, ¿qué héroe tenemos? ¿Siente el andaluz compasión por el sufrimiento de Andalucía, o sigue negándolo, diciendo incluso que es nuestra manera enferma de ser felices?
La primavera de la Salvación, por algo la Semana Santa se pone en esta época, donde la naturaleza huele como a Espíritu Santo recién lavado. Pero a veces la pradera se enfanga y el héroe sigue perdido. A veces no llega ese tercer acto y sólo llueve como llueve en los cementerios, como llueve en las batallas, como llueve en los huesos. Parsifal no conseguía regresar a Montsalvat, se enredaba en querellas que le desviaban cada vez más de su destino. Aquí andamos igual con luchas ideológicas de izquierdas y derechas mientras Andalucía decae y sus héroes se desperdigan o renuncian, mientras los andaluces decaemos y renunciamos. Pero los héroes sólo cantan en las óperas y aun así no dejan de parecer locos, como en esa escenografía del Liceo. Esperamos el Encantamiento del Viernes Santo cuando los dioses, los héroes y los políticos se esconden bajo sus capotes de lluvia. Hay un libro maldito en el que se dice esta gran osadía: “Sé tu propio Redentor”.

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