El palacio de Las Marismillas es como nuestro Camp David, budismo de Maryland al que Franklin D. Roosevelt llamó Shangri-La soñando con cordilleras de paz como con el cielo hecho hielo. Un nido de pájaros donde los presidentes se vuelven recogedores de tomates y cafeteros de conversación. Alfonso XIII colgaba ciervos, Felipe González juntaba rosas con manzanas y Aznar hacía su tenis contra los jabalíes. Zapatero, tan lejos de aquí desde que llegó al poder, pisará primero esta tierra como turista o como condesito, antes que como revolucionario del socialismo, y en Las Marismillas verá la Andalucía del mugido, de las mañanas con aceite, de la cal donde al amanecer el sol se estrella como un cesto de huevos. Uno hubiera preferido ver a Zapatero entrando por Despeñaperros, más napoleónico que rociero, más desterrador que zahonado. Zapatero aún no es la socialdemocracia sin pamplinas ni mitologías que uno desearía, ni siquiera su primera sonrisa. Pero ya sería algo mejor que este partido de viejos guardabosques que tiene a nuestra tierra como una gran siega parada. Zapatero va a entrar en Andalucía por Doñana, pubis del Guadalquivir donde el mar reposa la cabeza como una gacela enamorada. Pero no tocará nada y se irá cuando se vaya el fuego.
2 de agosto de 2007
Hoy jueves: Las Marismillas (02/08/2007)
Zapatero va a entrar en Andalucía por Doñana, donde las garzas que miran igual que él trabajan el bronce tartésico del agua y el sol. En Madrid ha tenido que hacer ahora un congreso de quirófano, con sierras de hueso y manos de jabón, para quitar de en medio a los muertos que no podían ganarle a la derecha chulapa, autobusera, sobrada. Pero en Andalucía, donde el PSOE es otra Virgen de carromato, la señora de las cosechas, la patrona del oficio de ahogado, el partido vence desde la siesta, mandan los viejos mayorales y vive en la paz de las moscas y en el tiempo que manejan los queseros. Zapatero no tiene aquí padrinos, sino los que fueron un día sus enemigos y luego le dejaron hacer franciscanismo progre con la condición de que no tocara el sur, la montaña del yuyu, el cementerio de los elefantes, donde el equilibrio del hambre y de la historia les había hecho dueños perpetuos. Para acercarse, Zapatero tiene que entrar como el aguador o como el galgo, por la puerta de atrás de los palacios andaluces como salinas, allí donde el sol es un serón colgado, donde huele a albardonería, donde las acequias parecen conventos y la humedad es el grano de las aves y el cristal de las ventanas. Zapatero, atendido por carboneros, vigilado por la Guardia Civil vestida de cazador, entra en Andalucía, pero si viene a romper los cántaros de este sociatismo o sólo a dormir en la cama de otros reyes, otros presidentes y otros furtivos, no lo sabemos.
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