Cuando vemos que en el Estrecho los buques chocan sus esqueletos y el dinero mundial defeca en el agua la basura que come, Juan Carlos Juárez, alcalde de La Línea, echa de menos los autobuses y los bocadillos, o sea aquel jaleo subvencionado políticamente contra el Tireless, contra la simbología de sus cañones o de sus átomos dibujados según Rutherford, contra la derechona o contra los gobiernos con la religión de lo militar, que hacían entre todos un confuso enemigo, que es lo que más aprecia el gentío. Juárez, fichaje gilista convertido al PP, nunca me dio buena impresión, y menos desde que me amenazó severamente con hablar con mi director por haber escrito yo que parecía un médico que juega al tenis o alguna cosa así. Pero tiene razón en parte, aunque al tenerla se equivoca en lo mismo que los otros. Contra Aznar, que acabó en monja sargento, se movilizaron por el Tireless o por el Prestige afilando todas las hogueras y bieldos. Ahora, las catástrofes siguen ocurriendo y la incompetencia ha cambiado de bando. Tiene razón porque el mar continúa mal fregado y el Estrecho está peligroso y lleno de ratoneras, con Gibraltar como un mal farero. Pero se equivoca porque en conducir a la gente contra obeliscos del miedo siempre hay mucho de maniobra interesada y de demagogia de domingo. Los océanos están llenos de bombas como de zapatos, los submarinos nucleares y otras ojivas de la muerte se cruzan todos los días con los trasatlánticos y nuestra comida cruda, pero sólo cuando les vemos el morro y las portezuelas parece que nos dan miedo, un miedo que yo también sentí, es cierto, aquella vez en ese barullo, llamado por sus negras chimeneas. Pero en realidad todo el suelo y todo el cielo son explosivos, porque la civilización ha hecho que funcionemos pedaleando en un misil, como ya retrató Kubrick. Por eso pienso que la gente y los políticos eligiendo un bicho adversario entre la abundante fauna del mar buscan otra cosa, la pedrada a un partido o una camiseta estampada. El Tireless daba miedo desde su nombre de tridente. Los barcos chatarreros parecen amenazar con el tétanos. Pero los políticos montando películas de terror para el personal nunca me gustan. No sé si saben que todo el planeta es radiactivo. La culpa será del Gobierno, que para eso está.
30 de agosto de 2007
Los días persiguiéndose: El Tireless (30/08/2007)
Yo fui a aquello del Tireless, que parecía una borrachera de balleneros, el asalto a una carnicería, la caza de un gigante, no sé, esas cosas que monta el pueblo, ruidosas, festivas, enfurecidas o inútiles, igual la venganza contra una montaña que el manteo de un santo. Con aquella manifa me hice una crónica llena de ponchos y piratas, de alcaldes crupieres y vendedores de cucuruchos, y creo recordar que lo que menos salía era el Tireless, al que nadie veía, pero lo sentían como una bomba pegada al culo, como una momia radiactiva en su sarcófago o un tentáculo que podía salir en cualquier momento del agua para arrastrarnos por la pierna igual que un cocodrilo. El submarino no se veía, pero allí estaba presente en vibraciones o vaivenes, como un péndulo sumergido, y recuerdo ese miedo de la gente a lo invisible, que les dejaba una mirada como de buscar un mosquito. Y es que hay cosas que dan miedo de lejos igual que una percha por la noche o un hacha colgada, y los barcos con un costado hundido y el veneno que llega sin avisar de su olor son de esta clase de miedo. Por eso triunfó el Tireless, que era sobre todo una escultura del miedo, con la forma quieta de su campana, que todas las campanas en silencio amenazan. El Tireless triunfó como miedo, como ogro y como convocatoria de una aldea contra un imperio, aunque al final sólo fuera tarea de soldadores.
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