2 de agosto de 2007

Hoy jueves: Enterrado en banderas (26/07/2007)

Los muertos gloriosos, al calor ciclista del verano, encolonian a los políticos de jardinería y viudez. Agosto abrirá su cemento para que los muertos históricos salgan de velada con parlamentarios, sindicalistas, primos lejanos de la memoria o la ira. Blas Infante muere cada año ante un fotógrafo nuevo, mientras los políticos van a plantar sobre él una acacia o lo llevan como una maceta hasta el Parlamento, donde esperan que salga la mano antigua de Andalucía a saludar desde su entierro. Un día de casarse con el muerto espera a sus caballos peinados y a sus madrinas pasteleras y ya andan los partidos queriéndolo más o mejor que el otro. Los muertos enterrados en banderas vienen como desde el mar a sus damas bañadoras. Dan estampa de madre o de Magdalena y eso no tiene nada que ver con ideologías ni simbolismos, sino con el adorno de preparar la tumba de un gato sentimental con más ternura que nadie. Los muertos enterrados en banderas contagian su heroísmo a sus mirones, como un sepelio en una fragata. Cristificado en los escudos, conserje de sus fundaciones, los políticos le han dado a Infante la fama de su lápida como algunos compositores y es el ángel oficial de Andalucía en la eternidad.

No sé qué diría Blas Infante ante los homenajes como traiciones o las traiciones como homenajes que le preparan los partidos cada uno en su cancha. La izquierda como antigualla, la derecha eternal, los andalucistas como sus hijos incluseros, el PSOE como el anestesista de su cadáver. No sé cuántos de ellos han traicionado a Andalucía, a su sufrimiento, a su esperanza, y ahora llevan candiles en su nombre. Padre de la Patria andaluza, pero todas las patrias son mentira y lo que hay es gente esperando justicia o pan sin ninguna abstracción. Los héroes envejecen en sus estatuas y se pervierten en los discursos. No son tanto las ideas de Blas Infante, discutibles como todas, sino el objetivo de esas ideas, lo que han olvidado. Ese muerto estirado ahora entre todos, sus huesos de santo encalado, no son su espíritu ni su intención, sino su molde vacío para la propaganda de unos políticos que aún no han conseguido levantar esta Andalucía de espaldas arañadas pero discuten por inaugurarle estanques en una carretera o capillas en el Parlamento. Blas Infante, enterrado en banderas, sin saberlo les patrocina estatutos, les titula ideologías igual que yeguadas, les carameliza sentimentalismos, les esconde las barreduras, les amonja la Autonomía. Los muertos gloriosos, sacados por los ojos a la calor cocinera del verano, aventados como la paja de sus tripas florecidas... Lo mostrarán al público y a las moscas en un lugar u otro. Un día de agosto al año, lo que ocurre es que a Blas Infante lo vuelven a fusilar contra las mismas amapolas.

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