
No sé qué diría Blas Infante ante los homenajes como traiciones o las traiciones como homenajes que le preparan los partidos cada uno en su cancha. La izquierda como antigualla, la derecha eternal, los andalucistas como sus hijos incluseros, el PSOE como el anestesista de su cadáver. No sé cuántos de ellos han traicionado a Andalucía, a su sufrimiento, a su esperanza, y ahora llevan candiles en su nombre. Padre de la Patria andaluza, pero todas las patrias son mentira y lo que hay es gente esperando justicia o pan sin ninguna abstracción. Los héroes envejecen en sus estatuas y se pervierten en los discursos. No son tanto las ideas de Blas Infante, discutibles como todas, sino el objetivo de esas ideas, lo que han olvidado. Ese muerto estirado ahora entre todos, sus huesos de santo encalado, no son su espíritu ni su intención, sino su molde vacío para la propaganda de unos políticos que aún no han conseguido levantar esta Andalucía de espaldas arañadas pero discuten por inaugurarle estanques en una carretera o capillas en el Parlamento. Blas Infante, enterrado en banderas, sin saberlo les patrocina estatutos, les titula ideologías igual que yeguadas, les carameliza sentimentalismos, les esconde las barreduras, les amonja la Autonomía. Los muertos gloriosos, sacados por los ojos a la calor cocinera del verano, aventados como la paja de sus tripas florecidas... Lo mostrarán al público y a las moscas en un lugar u otro. Un día de agosto al año, lo que ocurre es que a Blas Infante lo vuelven a fusilar contra las mismas amapolas.
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