Valiente adivina. Teníamos a la bruja Lola, adivina que es su mismo loro, ante la que hasta Rappel parece investido de una seriedad babilónica. Hay que reconocer con tristeza que cuando a la hechicería se le suma el analfabetismo, lo que sale es tan puramente andaluz que por eso ha tenido tanto éxito televisivo esta mujer que va como con los ingredientes de sus pócimas derramados por la cabeza. Pero nada comparable a la telepitonisa que casi se achicharra en aquella emisora de Marbella, sorprendida por un incendio que sus poderes no supieron ver. Valiente adivina, como dice el chiste. Pero seguro que la siguen llamando. Somos la tierra de la superstición y yo diría que aquí se creen hasta a la princesa serbobosnia de Los Morancos, adivinando por sustos o cabezadas.
La Misión. Anda todo un pueblo enamoriscado de un cura, tal como se enamoran a veces de ellos oscuramente algunas mujeres igual que de su primo. Por ese amor desesperado, Albuñol sale en los informativos nacionales en una especie de barullo selvático, que es donde uno se imagina al cura. Sí, pienso en aquellos misioneros que no sólo llevaban la religión al pie de una cascada, sino que enseguida organizaban toda la vida del lugar, enseñaban a los niños, atendían la malaria, recolectaban la cosecha, ayudaban a levantar establos, fundían campanas, reunían un coro y representaban, pues, toda la civilización y su guía, algo así como Tintín en esa polémica aventura entre los negritos del Congo. Sin embargo, Albuñol no está en el Congo, sino en Granada, así que uno no acaba de entender todo ese primitivismo del pueblo que funciona gracias al cura, que se queda desamparado sin el cura, que tiene la felicidad y la salud pendiente del cura, tanto que las ovejas sin pastor están de revolución contra Dios mismo o sus burocracias. Quizá quieren a un cura bueno porque un cura malo viene también con un Dios malo que no salva o salva de peor gana. Quizá quieren a un cura bueno para que todo vaya mejor en las reuniones con el alcalde, el maestro y el médico, que no sé si Albuñol todavía funciona a través de esas entrañables “fuerzas vivas”. Incomprensible para mí, en todo caso, además de decepcionante, que haya lugares en Andalucía que aún funcionen como una misión junto al río, con el cura como única medicina, o que así lo parezcan delante de España entera.
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