23 de agosto de 2007

Los días persiguiéndose: Cultura de verano (23/08/2007)

El verano no se despega de los pies, como una alfombrilla de ducha. Entre culos como nueces y sangrías derramadas por el pelo, el cuerpo, la única columna que sostiene el cielo de agosto, ha acabado con todos sus rivales. La cabeza sirve para dormirse, los libros se asustan de los ventiladores y para leer están los muslos. La naturaleza se impone y es inútil resistirse a ella, por eso las universidades veraniegas parecen palacios de invierno que quieren atacarnos y sus conferenciantes, raros acordeonistas con abrigo. Es mal tiempo para la cultura, cuando las orquestas hiperbóreas sólo vienen a derretirse y los moros de la historia, a bañarse. Es mal tiempo para las reflexiones sesudas, que no pueden competir con las esculturas que hacen las niñas poniéndose o quitándose el pareo. Pero es ahora, cuando sólo los escuchan las fuentes y las bóvedas, que vienen profesores a dar las soluciones del mundo y las recetas de la vida. Leo que en los cursos de la UNIA un catedrático pide más música en la educación, pero el arte está enterrado por los políticos que quieren votantes analfabetos, consumidores ciegos y, si acaso, comerciales que ayuden a todo eso. Una sociedad formada, culta, crítica, cuestionando cada una de sus bobadas, es lo más peligroso que pueden imaginar. Ante el arte, sobre todo, que es el dibujo que ha ido haciendo el ser humano de su universalidad, recuperan su mezquino tamaño las pequeñas exaltaciones chovinistas, catetas, que representan el sostén sentimental de la política actual. Música, pedía Antonio Martín Moreno, gran música, el espíritu del hombre catedralizado en el aire, pero aquí quieren solamente los himnos de los soldados y el sonido de palitroques de cada región, glorificando a sus leñadores. En este verano de presidentes mochileros y medusas colombinas, leo también que José María Monzón, de la Universidad Fernando III, pide “educación en valores”, sin que se termine uno de enterar de a qué valores se refiere exactamente. Porque valores, cada cual tiene los suyos; lo difícil es encontrar aquéllos que permitan la convivencia en libertad y justicia de todos. Ahora, cuando la naturaleza se exhibe como un gran pez mitológico, cuando el cuerpo anda ocupado en su vendimia, es mala época para gritar en los palacios del pensamiento. Todo lo apaga, todo lo diluye el verano como una gran cubazo. El frío nos retirará a nuestras cabañas, pronto. Y entonces nos daremos cuenta de que no era el verano, sino que pensar es siempre la mayor pereza y que lo que pasaba en agosto era que algo, el mar o nuestra sed, iba tirando mágicamente de todos los hilos de la vida sin que hiciera falta más.

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