29 de abril de 2013

Hoy viernes: Chimeneas de hombres (26/04/2013)



No digamos que han sido un ejército mercenario de palos y rastrillos. Nada sería igual sin los sindicatos y sin eso que ahora suena a pregonar colchones con una furgoneta, la “lucha obrera”, pero que fue una lucha justa por no ser esclavo o un muerto en el caldero. Cuando hasta los niños comían carbón, el capital creía emplear ratas, las fábricas masticaban hierros y hombres a la vez, y el patrón tocaba las teticas de las niñas tejedoras, los sindicalistas se lanzaron a las llamas por la dignidad del trabajador. Dicen que la primera huelga tuvo lugar en el antiguo Egipto, una especie de sentada de artesanos libres que no cobraban. Pero es muy diferente ser una parte segregada de la sociedad condenada a la subexistencia. Se volaron sombreros de los patronos, se cerraron las chimeneas con puños y llegaron los derechos. Luego, todo se pudre. También las nobles banderas terminan en trapos para narices.

Los sindicalistas, que fueron el vapor del pueblo contra el de la injusticia, ahora parecen funcionarios de su culo, contadores de parados, cisqueros del poder político, fogoneros de la calle, curas de clase. Hacen política con el martillo, son milicias de sus partidos en los tajos y además han engordado hasta ser ellos mismos gran empresa, con una larga jerarquía de jefes con sillones rodantes y pelucos de banquero, con negocios, intereses y mercado. Al menos, los mayoritarios, porque los otros, los que llaman “independientes” (de los partidos, supongo), son raras asociaciones que aún defienden a los trabajadores sin que un político les señale qué días o por qué miserias hay que montar o desmontar la calle, el pueblo y la venerable fragua del obreraje. Los sindicatos se han olvidado del patrón, ese señor que es otro pringado, y únicamente hablan con y de las administraciones, enroscados como gatos barbudos en las piernas de los partidos, de los gobiernos, allí donde saben que está la tela, sellando pactos, pidiendo subvenciones, vendiendo silencio, alquilando sus poderes pacificadores. Hasta sus presupuestos hemos visto que dependían del partido que ganara, como para no tener bandera clara en estas guerras que nos tocan. Por eso el paro les preocupa según el barrio, por eso las mismas penurias o injusticias les hacen estallar o esconderse. Por eso, convertidos en un ejército de pegatinas de sus liberados y mantenidos, son los “funcionarios de la protesta” que decía Raúl del Pozo, los profesionales de los silbatos, los colilleros del barullo. 

Los sindicatos que destiznaron caras y vidas de verdad han olvidado al trabajador real y sólo hablan del trabajador abstracto, como un monumento soviético que justifica su imperio. Ahora la Justicia olisquea en los amables y lucrativos chiringuitos que el poder político les concedía en Andalucía y se van viejos sindicalistas de gorra mojada. Pero ya no volverán los de antes, los de las primeras huelgas y la primera dignidad. Los que atendían a las chimeneas que quemaban hombres, no que calentaban culos.

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