Goyesca. Lo de la Pantoja ha sido la primera condena goyesca. Aquí se
tiene por goyesco ese tapiz o caja de galletas antigua que retrata a toreros
con trabuco, bandoleros que juegan a la gallinita ciega y mujeres del pueblo con
bombones en el pelo, todos en domingos ociosos y sacrificiales de faunos,
relicarios y picardías. La Pantoja ha estado toda la vida en estas fiestas de
los cafetales de la raza, en ese ambiente que la rodeaba de toreros vestidos de
mulero o de cucurucho, igual acompañada por zahoríes o señorones, yendo de las corralas
a los palacios, entre las migas y el lujo, entre el tafetán y un dinero zapatero.
Este ambiente españolísimo que puede terminar en cuadro, en zarzuela, en
barbería, en aquelarre o en calabozo con migueletes. Goyesca era la vida de la
Pantoja, su corte albardonera, su artisteo empatillado, sus negocios de corro y
jamonería, sus amores de pescante y sombrilla, de vendimia y altarcito, de
muslo de costurera y macho de baraja. Goyesco ha sido su tropezón con esta
justicia con capote, goyesca ha sido su condena con piñata, goyesco ha sido su
desmayo en el diván del pintor de la historia, por morir seduciendo o seducir
muriendo, estampa a la vez garrochista y aristocrática. Goyesco ha sido su
final de entierro de la sardina. Y también goyesca ha sido esa venganza a la
española que le han montado, nuestro garrote vil de tirarle del moño igual en
las calles que en las televisiones. Nuestra secular bellaquería que aún se vuelve
peor conducida por esta turba de repartir cuerdas y arrancar ojos. La Pantoja
me parece igual de vulgar como artista que como delincuente. Eso sí, es muy
literaria, y en este sentido más velazqueña que goyesca. A mí me da para muchas
imágenes, pero ni para lapidaciones ni para ermitas. No hay aquí otros galeotes
ni mártires…
Museo
póstumo. La Pantoja se ha muerto. Por lo menos en
Canal Sur. Porque si te sacan en una entrevista antigua de Jesús Quintero, con
ese silencio de velas suyo ya cristianizado o acementeriado por las sombras, es
que estás muerto. Y si están hablando de ti compadres y folclóricas con un
fondo de melodía de violín forrado, guitarra metida en agua, acordeón de
Chanquete o música de capilla, es que estás muerto. Y si salen tus primeras
canciones, tus galas con pianos como mantones de manila y tus besos con las rosas,
como en un reportaje cutre de boda, es que está muerto. Y si Inmaculada Casal
te dedica un melenazo de luto, como en el entierro de un loro de la casa de
Alba, es que estás muerto. Pero, sobre todo, si sales con Chaves dándote una
medalla, es que estás muerto. Canal Sur mató a Isabel Pantoja con
retrospectivas, especiales y homenajes. La mató de pura reverencia, porque
tributos así sólo se hacen a los muertos. Y a muertos heroicos o
antropológicos. Pero que condenen a una tonadillera por blanqueo de capitales y
Canal Sur responda levantándole un museo póstumo… Sólo si hubiera muerto lo
entendería. Pero la Pantoja simplemente estaba desmayada como una marquesota en
verano. A lo mejor ensayaban para homenajear a otros delincuentes de mayor
rango que pudieran caer por aquí. O sólo fue vergonzoso, sin más excusa ni
planificación, a la manera habitual de Canal Sur.
Enfadarse
con los catalanes. En La semana más larga, especie de Tribunal de la Mesta de lo andaluz,
se reunieron de nuevo para reivindicar la dignidad de nuestro pueblo frente a
los faltones forasteros. Estaban Manu Sánchez, que lleva dondequiera que vaya,
como un lord del humor, esa dignidad nuestra en su serón; una chavala que había
colgado algo en YouTube (por dar una visión académica, supongo, o quizá porque
Omaíta no pudo asistir), y el presidente de la Asociación de la Prensa de
Sevilla, Rafael Rodríguez, especie de vigilante de ofensas y vejaciones, como
el tío de la linterna de aquellos cines. Ya ven. En Canal Sur. Contra los
tópicos. Contra la visión deformada de lo andaluz. Hay que tener más cojones
que cara para eso. Cuando vi que Juan y Medio había montado un tablaíllo
casetero con chiquillos, volví a enfadarme mucho con los catalanes.
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