La
hemos visto como sacerdotisa de los números y con el don de lenguas
administrativo, pero ayer, la consejera Carmen Aguayo usó la táctica de Chaves,
el ataque de dignidad, la barbilla más alta que los focos, el enfado envarado
ante la agresión de los envidiosos. Se suponía que comparecía para dar
explicaciones de lo que dijo en Canal Sur sobre la responsabilidad política de
los ex consejeros Viera y Fernández en el escándalo de los ERE, quizá tras un
mal despertar, en un calentón de ésos de desayuno de currante, o como táctica
de contención definitiva. Pero no, dio explicaciones… sobre la oposición. La
oposición “que sólo busca el beneficio partidistas”, “ruin con Andalucía”, que
monta “un circo para tapar sus vergüenzas”, a la que le duele que “el gobierno
esté funcionando” y se dedique a salvar el cuerpo y el alma de los menesterosos.
Lo que dijo en televisión fue en ejercicio de su “libertad de expresión” y “se
explica por sí mismo”. La explicación que se explica quedando inexplicada, en
fin, hacía burbujas que reventaban en el techo o en Bárcenas.
Lo
curioso es que, al final, nadie habló en realidad de Viera ni de Fernández, que
parecían sólo la percha del día. El PP hizo un popurrí de su conocido argumentario
y por los dos lados sonaba el revival de la comisión de investigación, ya por
siempre inconclusa o enconada, como algunos amores o lujurias. Más, eso sí, la
novedad del marido de la consejera. Todo un género parlamentario eso del
convidado consorte, aunque parece que con Ana Mato da más juego que con Aguayo.
Pero contra esos maridos que no tienen nunca mercerías, sino la olla en la cosa
pública, funciona muy bien lo de la campaña de difamación y la mano al pecho de
la dama española. No, no hubo ayer revelaciones, ni expiaciones ni
crucifixiones. Los ERE, el fondo de reptiles, siguen siendo ese gran agujero
por el que entraba el viento y salía la pasta pero nadie en el Gobierno andaluz
se daba cuenta. Los argumentos legales se le caían a Aguayo como anillos
podridos y su voz parecía triste y quebrada defendiéndose de la infamia con el
gran escudo de esa propia palabra. Sin más.
La sesión
terminó dejando la sensación de que se habían estado discutiendo asuntos
domésticos, cosas de mudanzas, barbacoas, servicio, maridos y malas mañanas.
Una mudanza en medio de un terremoto parece eso de traspasar las competencias
de formación para el empleo a la Consejería de Educación. Todo un “plan de
choque” para el consejero Antonio Ávila. Otro. Un plan por cada chocazo, y hasta
el siguiente, ésa parece la táctica. Para Clara Aguilera, este cambio de
cajones convierte a Andalucía en “pionera”, una vez más. Y aportará “sinergias
positivas de la educación reglada”. Ah, si estas sinergias las hubieran pillado
en Delphi… Para el PP, todo esto era más por perder papeles y desorganizar las
posibles corruptelas que la Justicia ya va persiguiendo. Sin duda, la derecha desprecia
lo útil y divertido que es mover muebles para nada. Luego, no faltó esa especie
de barbacoa de la pandilla que es el Acuerdo para el Progreso Económico y
Social de Andalucía, ese atufamiento de realidad performativa. Por cierto, están
“priorizando el objetivo de la generación de empleo”. Antes, no sé qué
priorizaban. Y ya el decreto para recolocar a interinos perdidos, mal ubicados
o directamente puestos ahí, eso fue una discusión sobre el servicio doméstico.
El Parlamento
a veces parece una rueca que la Junta hace girar eternamente, entre el
aburrimiento, el destino y la resignación, sonando a casa lorquiana. Daba casi
ternura escuchar a sucesivos portavoces del PSOE hablando de “futuro, presente,
bienestar de los andaluces, oposición destructiva…”, ese discurso estándar,
como de meritorios o alevines, imitando. Y lo de IU es curioso. IU repite lo
mismo que el PSOE pero con un toque revolucionario, como un chiquillo que
dibuja un bigote en una foto. Sí, IU es el niño de la casa. La casa que quedó
sin barrer ayer, como siempre. Aguayo no fue ninguna niñera mágica. Ya lo
sabíamos.
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