Aunque iba empujado por el escándalo y
los entrullados, Griñán subió el otro día al atril del Parlamento como entre
incienso. Griñán bueno y mártir, con la cara de un abuelo, con los ojos de toda
la cera de Sevilla, empezó con un ataque de dignidad, que a él le quedan como
de tos, y luego tiró de repertorio. Yo, la verdad, no creo que Griñán haya
pillado cacho, ni que conociera cada putiferio que se montaba al final de los
ERE. Simplemente, se encontró pegando sellos dentro de un sistema en el que
había que saber no mirar ni preguntar demasiado. Y eso parece que hizo.
Resulta
inimaginable que el tramposo y ladino acuerdo entre la consejería de Empleo y
el IFA/IDEA, pensado para eludir la fiscalización previa, pudiera concebirse, firmarse
y mantenerse sin conocimiento superior. Era una pirueta, ésa de sacar el dinero
de las consejerías y colocarlo en una agencia fuera del alcance de la
intervención, que no tendría ningún sentido salvo que se quisiera disponer de
ese dinero con absoluta discrecionalidad y sin más controles. ¿Para qué? En
principio, para apagar fuegos y comprar paz social según el interés político. Más
algún caramelito, si hacía falta. Y esa estrategia global no sale de una
consejería ni de un director general chusquero. Luego, ese cajón de dinero abierto
tentó a las ratas de la casa y así terminó esto, en criminal saqueo de lo
púbico.
Griñán
se defendió con lo que tenía y hasta usó el Derecho Administrativo como el
chiquillo que dice que el perro se comió su tarea. Yo, que me tragué toda la
comisión de investigación, dejé de creer en Griñán al verle usar esas trampas
tontas, esas retahílas de empollón. Por ejemplo, que el interventor nunca elevó
un informe de actuación. Pero la Intervención no podía hacer nada con unos
pagos que realizaba IFA/IDEA, no la Consejería. Por eso lo hacían así. Los
informes no conllevaban una “actuación” porque el propio mecanismo elegido
dejaba a la Intervención sin esa competencia.
Por
lo demás, la comparecencia tuvo mucho de stand
up comedy. Castro Román, de IU, que subió a la tribuna como con el asiento
pegado al culo, le dijo a Griñán que “confiaba en él” y alargó mucho su
reverencia. Mario Jiménez salió a defender de la conjura a su jefe y estuvo nervioso,
chulapo, matoncillo, mezcla rara de Enrique Romero de Toros para todos, del Ramoncín jovencito y del Yoyas. Resultó no ya
ridículo, sino denigrante para el parlamentarismo. “No te enteras, Contreras”,
dijo dos veces. “¿Quién es su asesor parlamentario? ¿Chiquito de la Calzada?”,
le preguntó a Zoido. Hablando Jiménez de “insultos a la inteligencia”, la
recursividad del concepto mareaba. Homilías para lelos que Zoido intentó
contrarrestar con hechos y aburrimiento. Todos, en fin, se tapan con el capote.
Está claro que la verdad no la sabremos en el Parlamento, gran triclinio de
maderas, intereses y pregones. Otras salas esperan sus ataques de dignidad.
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