Yo suelo decir que el catolicismo es una superposición
de padres hasta el Cielo, y el otro día anunciaron el que corresponde a la
altura de las cúpulas, al helipuerto que lleva ya directamente a Dios. Tenga quien
quiera esos padres sucesivos, jerarquizados y amonestadores, que yo prefiero
ser libre y adulto. Los papas parecen cocineros de Dios con la misión de
macerar nuestras almas y guisarlas como pichones, pero que se meta en ese perol
quien lo desee. Yo tengo suficiente ciencia, filosofía y sentido común para
conducirme por la vida sin sus mitos solares ni sus tutelas condescendientes. Eso
sí, la religión ya no me hace jugar más a las pruebas ni las refutaciones, cosa
en la que yo antes me empeñaba mucho.
Hay quien
quiere creer y hay quien no es capaz de hacerlo. Y ya está. Claro que yo al
menos entiendo las dos posturas. Algunos piadosos se imaginan al ateo perdido
en el vértigo de la Nada, paralizado ante el sinsentido de la orfandad del universo
y el alma, e incapaz de un juicio moral que no le lleve al egoísmo caníbal. Así
que el piadoso decide que en esa posición intelectual sólo pueden estar el
enfermo, el malvado o el mentiroso, el que cree en Dios vergonzantemente en el
fondo de su esperanza o su miedo (esta opción es la que más suele gustarle al
creyente, pues lo enciende con fantasías de total e inevitable supremacía). La
verdad es que no hay temblor ante la Nada, sino la gaya ciencia del
entendimiento liberado de mentiras; ni orfandad de sentido, puesto que es el
hombre el que otorga sentido a las cosas y a sí mismo; ni vacío moral, porque
hasta las morales que se dicen divinas son humanas y la reflexión ética no
requiere de tutores fantasmales, sino de una visión global del hombre. No hacen
falta teologías o teogonías para la ética, pues su punto de partida y su
objetivo son puramente humanos. Decía Bertrand Russell, que no era el Mesías ni
nada: “La buena vida es una vida inspirada por el amor y guiada
por el conocimiento”. Lo que sí es cierto es que, ni en sus épocas de
mayor dominio cultural, la religión pudo evitar la maldad y la crueldad. A
menudo, más bien las ha patrocinado.
Mi razón no
puede aceptar las fábulas que cuenta la religión y me parece ridículo ese concepto
de Dios creador y providente que hace de casero. Así que me quedo con el mundo
y el ser humano reales, e intento convivir con ellos. Tras esta postura sólo
hay sinceridad. ¿Por qué, salvo por honradez intelectual, iba a yo a renunciar
a algo tan apetecible como la vida y la dicha eternas, y exponerme, si acaso me
equivoco, al igualmente eterno castigo? El otro día había un oficio de balcones,
chóferes, lavanderas y mayordomos de Dios, que es un viejo lord que nunca está.
La religión tiene padres en escalinatas hasta el Cielo, igual que la política
(aquí lo sabemos bien). La gran rebeldía, desde la manzana de Eva, siempre ha
sido reclamar ante ellos, orgullosamente, nuestra condición adulta.
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