Dramones. El público se levanta, aplaude como en algo de Xuxa, y Toñi
Moreno hace un saludo torero. Están excitados porque pronto podrán ver cómo se
lanzan mendrugos a la miseria y a sus humedades en directo, especie de
lapidación en la caridad. Ya conocen el espectáculo, la mendicidad televisada.
Inagotable y honda mina. En material y en negocio. Porque tras esas
exhibiciones de indigencia hay gente que gana mucho dinero. Seguro que Tiene arreglo logró buena audiencia el
lunes por la noche, y que los anunciantes se alegraron mucho del éxito que tuvo
la historia de ese hombre de 34 años, casado y con tres hijos, desahuciado de
su hogar, enfermo de cáncer (el segundo que padece), tan débil por la
quimioterapia que apenas podía hablar, y viviendo en una casucha que se
desguazaba a su paso, poco más que un cajón de gato… Pero no es sólo este
programa. Canal Sur entero parece haber decidido convertirse en desgracia con
mirones, en tragedia corralera, en telenovela de cieguecita. Esta semana me han
sobrepasado la cantidad, la intención y el peso de las calamidades, las
lágrimas, las desdichas, las historias sanguinolentas y los dramones
conmovedores o sólo enfermizos. Si lo de Tiene
arreglo les parece comedido, 75 minutos
nos traía historias de amor con un parapléjico o un sordociego con bocio; y Madres, otro programa de emotividad
diarreica, nos contaba la vida de una mujer apuñalada que tiene que cuidar de
su hijo desde la silla de ruedas. Creo que Canal Sur se relame con las
posibilidades que ofrecen estos programas, que dan para mucho aún. Imaginen una
mujer ciega y enferma de cáncer que vive bajo un puente y tiene que cuidar a
sus trillizos tetrapléjicos mientras su marido, que está parado y necesita un
trasplante de hígado, se dedica a rebuscar comida entre residuos hospitalarios
hasta que pilla el sida... Así de divertido será Canal Sur, ya le falta poco. Pero
es estrategia. Estas fatalidades folletinescas hacen que los demás relativicen
y hasta olviden sus penas, y en una región pobre y castigada como la nuestra,
es algo importantísimo para los que gobiernan. La gente, parada, tiesa o
machacada por la crisis, aún se puede sentir afortunada de no estar en el
programa de Toñi Moreno pidiendo un colchón para morirse. Sienten que no
merecen quejarse, y eso es bueno para el poder. Con la exaltación del
martirologio, la bienaventuranza del sufrimiento y el festival de la
mendicidad, Canal Sur enseña a soportarlo todo y, aun en las más duras
circunstancias, transmitir que vivimos en un lugar lleno de esperanza,
solidaridad, alegría y bondad… Al fin y al cabo, ésa ha sido siempre la
estrategia de Canal Sur y sus dueños. Y aquí se la tragan. Cualquier cosa menos
rebelarnos y cambiar de una vez nuestro papel de perpetuos menesterosos.
Bondad
por la pata abajo. La condecoración de una
lágrima, la joya de un moco, el corazón de la buena gente que se licua y sale
por los agujeros como zumo puro de misericordia. Hay que llorar, hay que
exhibirse en la ternura, hay que mear la bondad enseñando la picha. Ante las
desgracias o la melancolía, da igual, hay que llorar. Incluso cuando uno participa
en la aciaga máquina de atontamiento, resignación y parálisis de Andalucía que
es Canal Sur, hay que llorar y admirarse en el monitor como una madrastra. El
espectáculo de la pena y el espectáculo de la pura compasión que no puede
evitar irse por la pata abajo. El oficio de ser bueno, que en Canal Sur hace
millonarios. Yo no recordaba haber visto nunca a Juan y Medio llorando, de
repente, ante uno de sus viejitos. Pero debe de ser corriente porque me he dado
cuenta de que, en el lateral de su sillón, allí cosida o pegada, el presentador
tienen siempre una caja de pañuelos de papel, lista para la presumible,
programada o profesional llorera. Los ojos rojos, los hondos suspiros mientras el
público admira, en silencio, tan espontánea sensibilidad… No tendremos a nadie
que nos solucione los problemas de verdad, pero eso sí, los que tienen el
oficio de agradarnos con llantitos son ya un rico gremio en Andalucía.
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