
Parece
que hemos salido un día en bicicleta y hemos descubierto que los partidos son
iglesias de poder, que el dinero no puede multiplicarse a partir de su propia
respiración, que los prestamistas nos piden una libra de nuestra carne. Pero es
falso que nadie viera venir esto. Lo vieron en USA, pero los organismos
reguladores estaban concienzudamente desactivados y los que se hacían millonarios
traficando con nubes de papel cortaban las manos a los que advertían del crash. Y aquí, ¿cuándo vimos venir
nuestra propia crisis, la política, la institucional, la de legitimidad
democrática? ¿Ahora, cuando sacan tijeras de corcho en las manifestaciones,
cuando Rajoy parece un cirio negro apagado, cuando se ríen los sinvergüenzas de
los ERE, cuando nos sorprende que los partidos repartan el dinero de las
mordidas y los sobornos? No, eso es lo que nos parece, sobre todo a los
jóvenes, que sólo recuerdan unos pocos veranos y besos. Hasta que llega un
viejo guerrero y nos dice que todo esto tenía que pasar.
La
entrevista que Victoria Prego le hizo a Alfonso Osorio este domingo tendría que
lanzarse desde aviones, para que cubriera las calles como suministro médico de
guerra. Los que tuvieron que construir sobre escombros esta imperfecta democracia,
entre el reojo de los espadones, las exigencias de la periferia y el abrazo con
asco de las dos Españas, ya se plantearon qué podía pasar si los partidos se sostenían
en listas cerradas y bloqueadas. Se pensó sólo para las primeras elecciones,
pero una vez que se vieron en ese trono, nadie les pudo bajar. “Esto no es una
democracia, es una oligarquía de los gabinetes de los partidos”, diagnostica el
viejo prócer con razón. Y esa oligarquía lo decide todo, incluyendo los jueces que
tendrían que juzgarlos. Por eso a veces, desde los altos tribunales, salen
vedetes a enseñar muslo y liga, como ahora contra la jueza Alaya, y en otras ocasiones
guardan un subterráneo silencio. Partidos piramidales, vaticanistas,
todopoderosos, que además tienen, para ir colocando influencia y favores, 17
miniestados con sus respectivas burocracias intencionadamente gigantescas, cada
una como para una China entera.
Aquellos
padres de nuestra Transición, que fue ingenua o posibilista y ahora incompleta
y fracasada, ya lo vieron. Pero estaban rodeados de cuchillos y susurros. Lo he
dicho otras veces: parte de la solución a esta crisis pasa por una reforma
metaideológica, estructural, de nuestra democracia. La que entonces no se pudo
hacer pero tampoco han descubierto ahora los mochileros. Nada ha acabado ni ha
comenzado, sólo vuelven la misma duda y la misma avidez. Esa entrevista tendría
que llover como alfileres sobre la España aturdida. Veríamos qué pocas cosas
nuevas nos quedan por gritar en las aceras.